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La oracion.

Cornelia era la alegría ¡el orgullo de sus padres. — El talle de la jóven era beilo como un rayo de luz, i sus mejillas frescas i sonrosadas como un capullo de rosa que se abre por primera vez al rocio de la mañana; pero, sobre todo, su alma era lan pura como una mañana de primavera que anuacia a los foridos valles un hermoso dia.

Cornelia no habia esperimentado aun las amarguras i aficcio- nes de la vida, 3 los dias de su juventud eran tranquilos i sere- nos. Pero, por desgracia, se enfermó su madre de sobreparto, ¡tuyo que guardar cama por largo tiempo, pues la Gebre era tan intensa que trastornaba su razon. La jóven velaba por la noche al lado de la enferma, a quien prodigaba los mas esquísitos cui- dados, poscida de la mayor angustia... El sétimo día de la enfer- medad, la calentura era mucho mas intensa, i todo era silencio, ¡todos Moraban o escondidas persuadidos de que se acercaba el último mornento de la pobre madre.

Mas por la noche vino un sueño reparador, que con el reposo devolvió la vida a aquel cuerpo desfallecido. Cornelia, sentada en la cama al lalo de la madre, escuchaba en silencio la respira- cion de la enferma con el corazon lleno de angustia i de espo_ ranza. Al amanecer abrió la mudre los ojos i dijo; «estoi bien i espero restablecerme.» Tomó algun alimento, bebió un poco i se quedó dormida de nuevo. Entónces se iuundó el alma de Cornelia de indecible alegria, i la jóven sale del cuarto, atra viesa los campos ¡ sube a la colina cuando aun duraba el crepúsculo de la mañana. Ajitada de los encontrados sentimien- tos de temor i de esperanza, vino la aurora a teñir con su calor sonrosado el rostro de la jóven, que permaneció un momento rellexionando acerca de la animación recobrada por su madre despues del sueño reparador, i de las angustias que habia espe-