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ciedad, ni aun los encargos caseros mas triviales, porque desde su lecho de muerte ordenó se comprara con anticipacion el luto de su servidumbre. Menos se ha olvidado de los pobres, de quienes fué jenerosa protectora, gastando en deberes de familia ien obras de caridad mas de lo que le producian sus rentas; porque la señora Carrera tuvo, no solo la virtud reflexiva de la jenerosidad, sino sus mas sublimes i espontáneos arranques. Despues de la batalla de Lircay, muchos de los beneméritos jefes que habian militado bajo las banderas de sus hermanos, comieron por ella el pan de la persecucion, que hacia llegar á sus familias con las mas delicadas precauciones. Sabiendo la pobreza de las monjas Trinitarias de Concepcion, les hizo una cuantiosa limosna, sin duda con ocasion del terremoto que en 1835 asoló a aquella poblacion; por lo cual aquellas buenas relijiosas le dedicaron una novena de la «Santisima Trinidad», que corre impresa, i en la que, ofreciéndole el sufrajio de sus constantes oraciones, la llaman «su insigne bienhechora.» Tambien dejó en su testamento una fuerte cantidad para man- das piadosas i secretas.

Los últimos momentos de la señora Carrera pertenecieron a su-espíritu identificado con la creacion a queiba a volver. Dá- banle nieve para calmar sn agonía, i ella esclamaba, admirándose de aquel obsequio hecho ya a un cadáver, «que el Salvador del mundo tuvo como ella sed, ile dieron hieli vinagre.» Olvidaba la mártir de la historia, que ella habia apurado ya en su caliz todas las amarguras de Ja tierra, por loque su alma estaba de antemano purificada i restituida a su primer orijen......

El dio 20 de agosto de 1862, a las doce de la noche, lailus- tre matrona, cuyas virtudes e infortunios han hecho tan célebre su nombre, entregó su alma al Criador, i sus exequias fueron digoas de su alto merecirniento.