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doña Javiera, esposa de un asesor del reino i oidor honorario de su Audiencia, hombre de grandes influjos, que adoraba a su es- posa con un orgullo casi insensato, i que en nada se habia comprometido contra los intereses de la metrópoli, pudo poner= la al abrigo de toda persecución i aun colecarla a la altura so- cial i política a que sus empleos le llamaban. Mos, la noble malrona, como ella misma decía mas tarde en lo intimidad de sus congojas, na era «ni un poquito egoista, i por esto se vió envuelta en ruinas dle que nadie pudo librarta

Siguiendo la suerte de sus hermanos, la señora Carrera trepó los Andes í se instaló en el seno de la emigracios. putriota que habia encontrado asilo en Buenos-Aires, mas como madre solí- cita entre huérfanos hijos, que como mujer desposeida de hono- res i de poder. Belleza en Chile sin rival hacia: pocos meses, realzada por la fortuna, la magnificencia de los puestos i Ja li- sonja deslumbradora de los cortesanos de su gloria, todo habia cambiado ahora en derredor suyo, escepto su jeneroso i abne= gado corazon. Doña Javiera era una señora que vivia en el des- tierro apartada de tralos sociales, modesta, laboriosa, empeñada solo en el bien de sus hermanos i del de sus leales amigos. Habilaba de prestado en casa del canónigo arjentino don Luis Bartolo Tollo, quien le devolvía ahora una jenerosa hospitalidad, que recibió de la casa de Carrera cuando se graduó en Chile en cánones; i como aquel sacerdote, tan benévolo como entusias- ta, fuera pobre, la existencia de Ja señora, durante los dos pri- meros años de la emigracion (1815 i 1816), corrió en la miseria, hasla el punto de poder describirse su hogar en esa época, usan- do apropiadamente la laslimera espresion con que don Juan José Carrera pintaba a su hermano don José Miguel, ausente enton= ces en Estados Unidos, las aflicciones de su techo de proscrip- to. «¡Ya no nos queda prenda que vender, le decia, i muchos dias no comemos sino lágrimas! »

Mas no pasó mucho tiempo sin que a las amarguras de la mi- seria se juntesen las de las catástrofes. A mediados de 1817,