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En medio del circulo escojido de hombres serios i de alto merecimiento que frecuentaban la casa de sus padres, educóse doña Javiera con gran recojimiento hasta que cumplió su edad núbil.

Era ésta, bella, recatada, opulenta, i su madre pasaba por la primera malrona de la aristocracia santíaguina. Prendóse de tantos atractivos un jóven caballero que hubo de obtener su ma- no. Llamábase éste don Manuel de la Lastra, hermano del je- neral palriota don Francisco.

Doña Javiera vió en breve los frutos de su ternura i de su dicha. Naciéronle dos hijos bajo el blando techo de su madre; siendo así doblemente dichosa, porque jamás hubo mas dulce sombra para la cuna de los que amamos que aqueila en que fuimos amados. Pero esta dicha no debia durarle mucho tiem- po: su esposo tuvo que ausentarse de Santiago, ia los pocos dias, sus tiernos hijos ya no tenian padre, pues éste moria aho- gado en el rio Colorado, camino de la cordillera de los Andes.

Quedó, pues, doña Javiera viuda i con dos hijos huérfanos en aquella edad de la vida en que para muchas naturalezas delicadas brota en el pecho la primera flor o la primera espina delas ilusiones. Mas, el hado trájole un segundo esposo por el mismo rumbo en que había perdido al primero.

Cuando sucedia la catástrofe del rio Colorado, en esta parte de la Cordillera, llegaba a Mendoza un letrado español, hombre de seso ala antigua, de noble alcurnia i que venia a Chile con el encumbrado titulo de asesor de la Capitanía jeneral. Era éste el doctor don Pedro Diaz Valdez, oriundo de Asturias, hombre de grandes dotes, de bondad i emparentado en la Peninsula con personajes de alto valer, pues era primo del teniente jeneral de la real armada, don Cayetano Valdez.

- Oyó el sensible asesor la relacion que hacian los caminantes de aquel lastimoso lance, i desde aquel instante le sedujo la fusion de elefirla por compañera i consolarla en su: temprana