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«Jesus mio, Jesus de mi alma, Jesus dueño de mi corazon, yo te suplico par lus méritos infinitos ¡los de la Sañtisima Vírjca, mi buena madra, que uses conmigo de tu gran misericordia has- ta el último instante de mi vida. Te ruego i te suplico, como siempre lo he hecho, por las necesidades de la Santa Iglesia Ca- tólica, mi madre, i especialmente te presento las del romano Pon- tifice i las de esta Iglesia de Chile, mí cara patria. Que libres es- te suelo de todos los errores, que me perdones todos los descui- dos de mi vida respecio a mis obligaciones. Te encomiendo to= dos mis hijos, mi marido, mis yernos, mis nietosi todas las per sonas que me son queridas. Que suplas en ellos los descuidos que yo haya tenido,
« Yo perdono, como siempre he perdonado, a todos los que de cualquiera manera me hayan hecho o intentado hacer algan mal, Suple, Dios mio, respecto a las personas que me son queridas, a las que me han amado ¡a las quede algun modo me han favo- recido, la falta de armor con que por ignorancia o descuido no les haya correspondido. Gon todo mi corazon me resigno en tus manos i confo sai suerte cn los brazos de la Santísima Virjen, mi buena madre. Yo le ofrezco con toda mi alma el sacrificio de mi existencia, que dispongas de mi vida, como ¡ cuando sca tu santísima voluntad. — Amen.»
Las exequias que se le hicieron fueron magnificas. Unanume- rosa i escojida concurrencia llenaba las naves del espacioso tem- plo de la Merced. Enlre los concurrentes se nolaban el señor Ministro de la Guerra, los edecanes de S, E. enviados por él, el rector de la Universidad, el almirante Blanca, muchas otras per- sonas de reconocida suposicion i las comunidades relijiosas.
Un modesto pero elegante catafalco sostenia el cajon en que se encerraban los restos de la ilustre difunta. Despues de las pre= ces de costumbrei de la misa, el acompañamiento se dirijió al ce-
menterio jeneral, que, en obsequio dela verdad, fué numeroso ¡ “omo pocos hemos visto.
