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sino lo ordinario era escusar toda mormuracion, porque traia muy delante como no habia de querer, ni decir, de otra persona lo que no queria dijesen de mí; tomaba esto en harto extremo para las ocasiones que habia, aunque no tan perfetamente que algunas veces, cuando me las daban grandes, en algo no quebrase: mas lo continuo era esto; y ansí á las que estaban conmigo, y me trataban, persuadia tanto á esto, que se quedaron en costumbre. Vínose á entender, que donde yo estaba tenian siguras las espaldas, y en esto estaban con las que yo tenia amistad y deudo, y enseñaba; aunque en otras cosas tengo bien que dar cuenta á Dios del mal enjemplo que les daba:

plega á su Majestad me perdone, que de muchos males fuí causa, aunque no con tan dañada intencion, como despues sucedia la obra. Quedóme deseo de soledad, amiga de tratar y hablar en Dios; que si yo hallara con quien, mas contento y recreacion me daba, que toda la pulicía (y grosería, por mejor decir), de la conversacion del mundo; comulgar y confesar muy mas á menudo y desearlo, amiguísima de leer buenos libros, un grandísimo arrepentimeto en habiendo ofendido á Dios; que muchas veces me acuerdo, que no osaba tener oracion, porque temia la grandísima pena, que habia de sentir de haberle ofendido, como un gran castigo. Esto me fué creciendo despues en tanto extremo, que no sé yo á qué compare este tormento. Y no era poco ni mucho por temor, jamás, sino como se me acordaba los regalos, que el Señor