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morirme; y por no me dar pena, mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne demasiado, que aunque sea de tan católico padre y tan avisado (que lo era harto, que no fué inorancia) me pudiera hacer gran daño! Dióme aquella noche un parajismo, que me duró estar sin ningun sentido cuatro dias, poco menos: en esto me dieron el sacramento de la Uncion, y cada hora y memento pensaban espiraba, y no hacian sino decirme el credo, como si alguna cosa entendiera. Teníanme á veces por tan muerta, que hasta la cera me hallé despues en los ojos. La pena de mi padre era grande de no me haber dejado confesar; clamores y oraciones á Dios muchas: bendito sea El, que quiso oirlas, que tiniendo dia y medio abierta la sepoltura en mi monesterio, esperando el cuerpo allá, y hechas las honras en uno de nuestros frailes, fuera del aquí, quiso el Señor tornase en mí: luego me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas, mas á mi parecer, que no eran con el sentimiento y pena de solo haber ofendido á Dios, que bastara para salvarme, si el engaño que traia de los que me habian dicho no eran algunas cosas pecado mortal, que cierto he visto despues lo eran, no me aprovechara. Porque los dolores eran incomportables, con que quedé el sentido poco, aunque la confesion entera, á mi parecer, de todo lo que entendí habia ofendido á Dios; que esta merced me hizo su Majestad, entre otras, que nunca despues que comencé á colmulgar, dejé cosa por confesar, que yo pensase era pecado, aunque fuese venial, que