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relo el Señor, como ha hecho lo demás, que cierto si su Majestad no me hubiera dado á entender por qué modos y maneras se puede algo decir, yo no supiera.

Consideremos ahora que esta agua postrera, que hemos dicho, es tan copiosa, que si no es por no lo consentir la tierra, podemos creer, que se está con nosotros esta nube de la gran Majestad acá en esta tierra. Mas cuando este gran bien agradecemos, acudiendo con obras según nuestras fuerzas, coge el Señor el alma digamos ahora, á manera que las nubes cogen los vapores de la tierra y levántala toda della; y sube la nube al cielo, y llévala consigo, comiénzala á mostrar cosas del reino que le tiene aparejado. No sé si la comparacion cua dra; mas en hecho de verdad ello pasa ansí. En estos arrobamientos parece no anima el alma en el cuerpo, y ansí se siente muy sentido, faltar de él el calor natural: vase enfriando, aunque con grandísima suavidad y deleite.

Aquí no hay remedio de resistir, que en la union, como estamos en nuestra tierra, remedio hay:

aunque con pena y fuerza resistirse puede casi siempre. Acá las mas veces ningún remedio hay, sino que muchas, sin prevenir el pensamiento ni ayuda alguna, viene un impetu tan acelerado y fuerte, que veis y sentís levantarse esta nube, ó esta águila caudalosa y cogeros con sus alas. Y digo, que se entiende y veis os llevar, y no sabeis donde; porque aunque es con deleite, la flaqueza de nuestro natural hace temer a los principios; y SANTA TERESA DE JESUS.—T. I.

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