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jantes trabajos de cuerpo y alma, y se determinaban á consolarme con piedad, no podian. No decian ellos malas palabras, digo en que ofendiesen á Dios, mas las mas desgustadas que se sufrian para confesar: debian pretender mortificarme, y aunque otras veces me holgaba y estaba para sufrirlo, entonces todo me era tormento.

Pues dame tambien parecer que los engaño: iba á ellos y avisábalos muy á las veras, que se guardasen de mí, que podria ser los engañase. Bien via yo, que de advertencia no lo haria, ni les diria mentira, mas todo me era temor. Uno me dijo una vez, como entendió la tentacion, que no tuviese pena, que aunque yo quisiese engañarle, seso tenia él para no dejarse engañar. Esto me dió mucho consuelo.

Algunas veces, y casi ordinario, al menos lo mas contino, en acabando de comulgar descansaba, y aun algunas en llegando al Sacramento luego á la hora quedaba tan buena alma y cuerpo, que yo me espanto. No me parece, sino que en un punto se deshacen todas las tinieblas del alma, y salido el sol, conocia las tonterías en que habia estado. Otras, con solo una palabra que me decia el Señor, con solo decir—No estés fatigada, no hayas miedo (como ya dejo otra vez dicho) quedaba del todo sana, ú con alguna vision, como si no hubiera tenido nada. Regalábame con Dios, quejábame á El, cómo consentia tantos tormentos que padeciese; mas ello era bien pagado, que casi siempre eran despues en gran abundancia las