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CAPITULO XXVI

Prosigue en la mesma materia, va declarando y dielendo cosas que le han acaecido, que le hacian perder el temor, y afirmar que era buen espíritu el que la hablaba.

Tengo por una de las grandes mercedes, que me ha hecho el Señor, este ánimo que me dió contra los demonios; porque andar un alma acobardada, y temerosa de nada, sino de ofender á Dios, es grandísimo inconveniente, pues tenemos Rey todo poderoso, y tan gran Señor, que todo lo puede, y á todos sujeta. No hay que temer, andando, como he dicho, en verdad delante de su Majestad, y con limpia conciencia. Para esto, como he dicho, querria yo todos los temores, para no ofender en un punto á quien en el mesmo punto nos puede deshacer; que, contento su Majestad, no hay quien sea contra nosotros, que no lleve las manos en la cabeza. Podráse decir, que ansí es; mas que, ¿quién será esta alma tan reta, que del todo le contente?

y que por eso teme. No la mia por cierto, que es muy miserable, y sin provecho, y llena de mil miserias; mas no ejecuta Dios como las gentes, que entiende nuestras flaquezas; mas por grandes conjeturas siente el alma en sí, si le ama de verdad;