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mi alma! Fáltame todo, Señor mio, mas si vos no me desamparais, no os faltaré yo á vos. Levántense contra mí todos los letrados, persíganme todas las cosas criadas, atorméntenme los demonios, no me falteis vos Señor, que ya tengo espiriencia de la ganancia con que sacais á quien en solo vos confia.

Pues estando en esta tan gran fatiga (aun entonces no habia comenzado á tener ninguna vision) solas estas palabras bastaban para quitármela, y quietarme del todo. No hayas miedo hija, que Yo soy, y no te desampararé: no temas.

Paréceme á mí, sigun estaba, que eran menester muchas horas para persuadirme á que me sosegase, y que no bastára nadie: héme aquí con estas solas palabras sosegada, con fortaleza, con ánimo, con siguridad, con una quietud y luz, que en un punto ví mi alma hecha otra, y me parece, que con todo el mundo disputára, que era Dios. ¡Oh qué buen Dios! Oh qué buen Señor, y qué poderoso! No solo da el consejo, sino el remedio. Sus palabras son obras. ¡Oh válame Dios, y cómo fortalece la fe, se aumenta el amor! Es ansí cierto, que muchas veces me acordaba de cuando el Señor mandó á los vientos, que estuviesen quedos en la mar, cuando se levantó la tempestad; y ansi decia yo—¿Quién es este, que ansí le obedecen todas mis potencias, y da luz en tan gran escuridad en un momento, y hace blando un corazon, que parecia piedra, da agua de lágrimas suaves, adonde parecia habia de haber mucho tiempo sequedad? ¿Quién pone estos deseos? ¿Quién da