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te, que no tuviese soledad. Yo era temerosa en estremo, como he dicho, y ayudábame el mal de corazon, que aun en una pieza sola no osaba estar de dia muchas veces. Yo como vi que tantos lo afirmaban, y yo no lo podia creer, dióme grandísimo escrúpulo, pareciéndome poca humildad; porque todos eran mas de buena vida, sin comparacion, que yo, y letrados, que ¿por qué no los habia de creer? Forzábame lo que podia para creerlos, y pensaba en mi ruin vida, y que conforme á esto debian de decir verdad. Fuíme de la Ilesia con esta aflicion, y entréme en un oratorio, habiéndome quitado muchos dias de comulgar, quitada la soledad, que era todo mi consuelo, sin tener persona con quien tratar, porque todos eran contra mí: unos me parecia burlaban de mí, cuando de ello trataba, como que se me antojaba; otros avisaban al confesor, que se guardase de mí; otros decian, que era claro demonio: solo el confesor, que, aunque conformaba con ellos (por probarme, segun despues supe) siempre me consolaba, y me decia, que aunque fuese demonio, no ofendiendo yo á Dios, no me podia hacer nada, que ello se me quitaria, que lo rogase mucho á Dios; y él, y todas las personas que confesaba lo hacian harto, y otras muchas: y yo toda mi oracion, y cuartos entendia eran siervos de Dios, porque su Majestad me llevase por otro camino, y esto me duró no sé si dos años, que era contino pedirlo á el Señor.

A mí ningun consuelo me bastaba, cuando pen-