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vanidad, y cuán vano son los señoríos de acá, y es un ensañamiento grande para levantar los deseos en la pura verdad. Queda imprimido un acatamiento, que no sabré yo decir como, mas es muy diferente de lo que acá podemos adquirir. Hace un espanto á el alma grande de ver como osó, ni puede nadie osar, ofender una majestad tan grandísima.

Algunas veces habré dichos estos efetos de visiones, y otras cosas: mas ya he dicho, que hay mas y menos aprovechamiento: de esta queda grandísimo.

Cuando yo me llegaba á comulgar, y me acordaba de aquella majestad grandísima, que habia visto, y miraba que era El que estaba en el santísimo Sacramento (y muchas veces quiere el Señor que le vea en la hostia) los cabellos se me espeluzaban, y toda parecia me aniquilaba. ¡Oh Señor mío! Mas si no encubriérades vuestra grandeza, ¿quién osara llegar tantas veces á juntar cosa tan sucia y miserable, con tan gran majestad? Bendito seais, Señor, alaben os los ángeles y todas las criaturas, que ansí medís las cosas con nuestra flaqueza, para que gozando de tan soberanas mercedes, no nos espante vuestro gran poder, de manera que aun no las osemos gozar, como gente flaca y miserable.

Podríanos acaecer lo que á un labrador, y esto sé cierto que pasó ansí: hallóse un tesoro, y como era mas que cabia en su ánimo, que era bajo, en viéndose con él, le dió una tristeza, que poco á poco se vino á morir de puro afligido, y cuidadoso de no saber que hacer de él. Si no le hallára junto, sino que poco a poco se lo fueran dando, y sustentando