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cosa por sí, es tan grande que no hay que comparar.

Estaba un día víspera del Espíritu Santo despues de misa: fuíme á una parte bien apartada, adonde yo rezaba muchas veces, y comencé á leer en un Cartujano esta fiesta, y leyendo las señales que han de tener los que comienzan, y aprovechan, y los perfetos, para entender está con ellos el Espíritu Santo: leidos estos tres estados, parecióme por la bondad de Dios, que no dejaba de estar conmigo, á lo que yo podia entender. Estándole alabando, y acordándome de otra vez que lo habia leído, que estaba bien falta de todo aquello, que lo via yo muy bien ansí, como ahora entendia lo contrario de mí, y ansi conocí era merced grande lo que el Señor me habia hecho; y ansí comencé á considerar el lugar que tenia en el infierno merecido por mis pecados, y daba muchos loorres á Dios, porque no me parecia conocia mi alma, segun la via trocada. Estando en esta consideracion, dióme un ímpetu grande, sin entender yo la ocasion: parecia que el alma se me queria salir del cuerpo, porque no cabia en ella, ni se hallaba capaz de esperar tanto bien. Era impetu tan ecesivo, que no me podia valer, y á mi parecer diferente de otras veces, ni entendia qué habia el alma, ni qué queria, que tan alterada estaba. Arriméme, que aun sentada no podia estar, porque la fuerza natural me faltaba toda.

Estando en esto, veo sobre mi cabeza una paloma bien diferente de las de acá, porque no tenia estas plumas, sino las alas de unas conchitas, que echaban de sí gran resplandor. Era grande mas que paSANTA TERESA DE JESÚS.—T. II.

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