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no ayudaba, no queria ser contra ello: no me dió licencia, hasta ver en lo que paraba, para venir acá. Estas siervas de Dios estaban solas, y hacian mas con sus oraciones, que con cuanto yo andaba negociando, aunque fué menester harta diligencia.

Algunas veces parecia que todo faltaba, en especial un dia antes que viniese el provincial, que me mandó la priora no tratase en nada y era dejarse todo. Yo me fuí á Dios y díjele—Señor, esta casa no es mia, por Vos se ha hecho: ahora, que no hay nadie que negocie, hágalo vuestra Majestad. Quedaba tan descansada y tan sin pena, como si tuviera á todo el mundo que negociára por mí, y luego tenia por siguro el negocio.

Un muy siervo de Dios (1), sacerdote, que siempre me habia ayudado, amigo de toda perfecion, fué á la corte á entender en el negocio, y trabajaba mucho; y el caballero santo (2), de quien he hecho mencion, hacia en este caso muy mucho, y de todas maneras lo favorecia. Pasó hartos trabajos y persecucion, y siempre en todo le tenia por padre, y aun ahora le tengo: y en los que nos ayudaban ponia el Señor tanto hervor, que cada uno lo tomaba por cosa tan propia suya, como si en ello les fuera la vida y la honra, y no les iba mas de ser cosa en que á ellos les parecia se servia el Señor.

Pareció claro ayudar su Majestad al maestro, que he dicho, clérigo (3), que tambien era de los que (1) Gonzalo de Aranda, (2) Don Francisco de Sa Icedo.

(3) El maestro Gaspar Daza.