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que le diese cuenta de toda mi vida por una confesion general, y de mi condicion, y todo con mucha claridad, que por la virtud del sacramento de la confesion le daria Dios mas luz, que eran muy experimentados en cosas de espíritu. Que no saliese de lo que me jese en todo, porque estaba en mucho peligro, si no habia quien me goberhase. A mí me dió tanto temor y pena, que no sabia qué me hacer, todo era llorar; y estando en un oratorio muy afligida, no sabiendo qué habia de ser de mí, leí en un libro, que parece el Señor me le puso en las manos, que decia san Pablo (1).

Que era Dios muy fiel, que nunca á los que le amaban consentia ser del demonio engañados.

Esto me consoló muy mucho. Comencé á tratar de mi confesion general, y poner por escrito todos los males y bienes, un discurso de mi vida lo mas claramente que yo entendí y supe, sin dejar nada por decir. Acuérdome, que como ví despues que lo escribí tantos males y casi ningun bien, que me dió una aflicion y fatiga grandísima. Tambien me daba pena, que me viesen en casa tratar con gente tan santa, como los de la Compañía de Jesus, porque temia mi ruindad, y parecíame quedaba obligada mas á no lo ser, y quitarme de mis pasatiempos, y si esto no hacia, que era peor; y ansí procuré con la sacristana y portera no lo dijesen á nadie.

Aprovechóme poco, que acertó á estar á la puerta cuando me llamaron, quien lo dijo por todo el (1) Fidelis autem Deus, qui non patietur ros tentari supra id und potestis. (Ep. I ad Corint., cap, 10, vers. 13.)