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CAPITULO XXXIV

Trata cómo en este tiempo convino que se ausentase de este lugar:

dice la causa, y cómo la mandó ir su perlado para consuelo de una señora muy principal, que estaba muy afligida. Comienza á tratar lo que allá le sucedió, y la gran merced que el Sefior la hizo de ser medio, para que su Majestad despertase á una persona muy principal para servirle muy de veras, y que ella tuviese favor y amparo despues en El. Es mucho de notar.

Pues por mucho cuidado que yo traia, para que no se entendiese, no podia hacerse tan secreta toda esta obra, que no se entendiese mucho en algunas personas: unas lo creían y otras no. Yo temia harto, que venido el provincial, si algo le dijesen de ello, me habia de mandar no entender en ello, y luego era todo cesado. Proveyólo el Señor de esta manera, que se ofreció en un lugar grande, mas de veinte leguas de este, que estaba una señora muy afligida (1), á causa de habérsele muerto su marido; estábalo en tanto estremo, que se temia su salud. Tuvo noticia de esta pecadorcilla, que lo ordenó el Señor ansí, que le dijesen bien de mí para (1) Doña Luisa de la Cerda, hija de los duques de Medinaceli y hermana del que entonces lo era. El marido de aquella señora se llamaba Arias Pardo, señor de Malagon. Esta señora vinda vivia entonces en Toledo, adonde marchó santa Teresa a principios de 1562. Don Arias Pardo era sobrino del cardenal Tavern, arzobispo de Toledo.