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no decia á nadie estas ganancias. El santo varon dominico no dejaba de tener por tan cierto, como yo, que se habia de hacer, y como yo no queria entender en ello, por no ir contra la obediencia de mi confesor, negociábalo él con mi compañera, y escribian á Roma, y daban trazas. Tambien comenzó aquí el demonio de una persona en otra, á procurar se entendiese, que habia yo visto alguna revelacion en este negocio, é iban á mí con mucho miedo á decirme, que andaban los tiempos recios, y que podria ser me levantasen algo, y fuesen á los inquisidores. A mí me cayó esto en gracia, y me hizo reir, porque en este caso jamás yo temí, que sabia bien de mí, que en cosa de la fe, contra la menor ceremonia de la Iglesia, que alguien viese yo iba: por ella ú por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pornia yo á morir mil muertes. Y dije, que de eso no temiesen, que harto mal seria para mi alma, si en ella hubiese cosa que fuese de suerte, que yo temiese la Inquisicion; que si pensase habia para qué, yo me la iria á buscar, y que si era levantado, que el Señor me libraria, y quedaria con ganancia. Y tratélo con este padre mio dominico, que, como digo, era tan letrado, que podia bien asigurar con lo que él me dijese; y díjele entonces todas las visiones y modo de oracion y las grande mercedes, que me hacia el Señor, con la mayor claridad que pude, y supliquéle lo mirase muy bien, y me dijese si habia algo contra la Sagrada Escritura, y lo que de todo sentia. El me asiguró mucho, y á