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ni jamás tal pretendí; sino que el Señor por algun fin lo primite, y ansi aun con los confees, si no viera era necesario, no tratára ninguna cosa, que se me hiciera gran escrúpulo. Todos estos temorcillos y penas y sombra de humildad entiendo yo ahora era harta imperfecion, y de no estar mortificada; porque un alma dejada en las manos de Dios, no se le da mas que digan bien que mal, si ella entiende bien, bien entendido como el Señor quiere hacerle merced que lo entienda, que no tiene nada de sí. Fiese de quien se lo da, que sabrá porque lo descubre, y aparéjese á la persecucion, que está cierta en los tiempos de ahora, cuando de alguna persona quiere el Señor se entienda, que la hace semejantes mercedes: porque hay mil ojos para un alma de estas, adonde para mil almas de otra hechura no hay ninguno. A la verdad no hay poca razon de temer, y ese debia ser mi temor, y no humildad, sino pusilanimidad; porque bien se puede aparejar un alma, que ansí permite Dios que ande en los ojos del mundo, á ser mártir de el mundo; porque si ella no se quiere morir á él, el mesmo mundo los matará.

No veo cierto otra cosa en él, que bien me parezca, sino no consentir faltas en los buenos, que á poder de mormuraciones no las perfecione. Digo, que es menester mas ánimo para si uno no está perfeto, llevar camino de perfecion, que para ser de presto mártires. Porque la perfecion no se alcanza en breve, sino es á quién el Señor quiere por particular privilegio hacerle esta merced: el