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mos, el autor de los que figuran en este volumen, sustituye la elegancia, la sencillez y la claridad en la elocución; cualidades indispensables para que las ideas se desenvuelvan con vigor y trasparencia suma y puedan sentirse y comprenderse aun por los temperamentos más refractarios á la belleza poética. A este respecto, Diaz supera en mucho á la mayor parte de los jóvenes escritores argentinos que conocemos, pues sin dejar de ser castizo, nunca se le ve, para traducir de un modo perceptible las ideas, dedicar las fuerzas de su espíritu á imitar el académico y decadente lenguaje español de fines del siglo XVII y casi todo el siglo XVIII. Nuestro amigo sabe muy bien que aun para los lexicómanos más empedernidos, los autores más correctos son aquellos que, sin remover las bases fundamentales del idioma, encuentran la elocución más trasparente, más original y más bella ajustada á la espresión de sus ideas. Las lenguas, como dice un gramático ilustre, no viven, no pueden vivir como los minerales; viven como los organismos, y si viven han de progresar, y para progresar es fuerza que se enriquezcan cada dia con nuevos jiros, locuciones y palabras, pues la variedad en esta matena, como en todas, es fuente de vida y de hermosura. Para los americanos, y muy especialmente para los argentinos, antes que