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nes, ora exuberante en imágenes y pinceladas atrevidas, ora castizo y puro sin afectación, suple en parte la falta de lo que los preceptos exigen como condición precisa al soneto; pero esta circunstancia no exime en manera alguna al poeta Diaz de la censura á que se hacen acreedores todos los que consideran vencidas las dificultades de la citada clase de composiciones con solo escribir catorce versos, que pueden constituir un soneto por la combinación de la rima, pero que en realidad no lo son por lo que al fondo de la obra artística se refiere. Y no crea el Sr. Diaz, que éste que yo señalo como capital defecto de su libro es achaque de muy escaso número entre los que cultivan y han cultivado el soneto: lo es de todos aquellos que en la historia de las literaturas europeas, y aun en la historia de la literatura americana, figuran como poetas líricos de indiscutible reputación. Dejando á un lado los grandes sonetistas ingleses, alemanes, franceses, italianos y portugueses, entre los que sobresalen Shakespeare, Byron y Longelow, Leuthold, Leconte de Lisle, Musset, Petrarca y Bocage, será suficiente para probar nuestro aserto dirigir una rápida ojeada por el campo de la literatura castellana. Sin contar los autores anónimos, pasan de dos cientos cincuenta los catalogados por el erudito