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cade, alfajeme, albardero, alarife, alfayate, albañí, albetar, alcalde, zalmedina, almojarife, alfarero, de riegos, arcaduz, acequia, aljibe, noria, de pesas y me- didas, adarme, almud, quilate, arroba, quintal, azum- bre, cahiz, fanega, de guerra, rehenes, alférez, algara, atalaya, algarada, adalid, zaga, alcázar, adarve, alme- na, etc., etc. Con razón dice Menéndez Pidal: «Conti- nuar estas listas sería hacer el resumen de lo mucho que nuestra cultura debe a la de los árabes» (G. 19.); y véase de paso, añadiremos nosotros, cómo la Lin- gúística puede ayudar a la Historia.

Al griego debe también el castellano algunas de sus palabras, recibidas indirectamente en distintas épocas, ya sea por intermedio del latín, como torno, tomillo, gobernar, greda, golpe, huérfano, coma, o del árabe, como altramuz, adarme, etc., sin contar las importaciones del griego moderno, como fapíz, botica, guitarra, y los términos numerosísimos tomados al griego literario, como monarquía, categoría, drama, mecánica, crisis; y las formaciones técnicas científicas como telégrafo, teléfono, fonógrafo, etc., etc.

«Lo que el español tomó de otros idiomas extran- jeros fué ya en época más tardía, y por lo tanto, es menos importante que lo que tomó de germanos y árabes, pues el idioma había terminado su período de mayor evolución y era menos accesible a influencias externas ». (MENÉNDEZ PIDAL, G. 20.) Entre estos idio- mas merece colocarse en primera línea el francés, al cual debe el castellanos muchísimas palabras hoy com- pletamente castellanas, y que Menéndez Pidal (G. 20) divide en dos principales épocas; las del siglo XV,