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el castellano, en vez de ser un derivado del ibero o del celta, como parecería lógico a primera vista, no es sino latín popular transformado: y por eso figura el español entre los idiomas neolatinos. Debemos agre- gar que la influencia del latín sobre el castellano se prolonga mucho más allá del dominio efectivo de los romanos en España, y aún de la existencia del latín como lengua viva, según aconteció en el siglo XV, en que se intentó, como ya sabemos, volver el castellano ya formado a la imitación del latín clásico, y como sucede aún en nuestros días: pero esto no es lo más importante, sino que la base del castellano, su subs- tancia, no es sino “el latín popular llevado a la pe- nínsula por los legionarios y colonos de Roma. Caído el imperio romano a impulso de los bár- baros a fines de siglo V, se dividieron éstos la vasta herencia; España tocó en suerte a los visigodos, quienes se establecieron en ella durante más de dos siglos; desde el punto de vista especial del idioma, tuvo esta dominación muy escaso efecto, pues los visigodos, lejos de imponer :su idioma, siguieron con el latín, que por otra parte ya conocían antes de invadir España; con todo, algunos términos germa- nos se fijaron entonces allí, y hoy figuran en el castellano «como tríscar, fascar, y algunos otros, y muchos nombres de persona, como Ramiro, Rosen- do, Gonzalo, Bermudo, Elvira.» Pero «en general, puede decirse que el centenar escaso de palabras germánicas que emplea el español es, en su mayoría, de introducción más antigua que la dominación visi- goda: se incorporaron al latín vulgar antes de la