una observación curiosa: Avellaneda y Estrada, cabos de ambas selecciones oratorias, se distinguen por la profundidad del pensamiento, que destila frases de incomparable densidad y de espléndidos reflejos.
El orador, además del bien decir, debe ser vir bonus.
En el arte creatriz de la elocuencia, mas que en ningun otro, se requiere la sinceridad del artista.
La oratoria se propone encaminar la conducta de los individuos. Al revés de las otras artes, la voluntad humana es su objeto esclusivo y solo toca el sentimiento como poderoso resorte de nuestras acciones, resorte que otras bellas artes afinan y educan.
El doctor Gallo, bajo este punto de vista puede aspirar con justicia á figurar entre los oradores cuya palabra, al par de admiración, infunde respeto.
Y eso que tiene en su contra un detalle funesto: ha entrado en su tercer período legislativo en la misma Cámara del Congreso.
Es decir, ha realizado como pocos buenos, el