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— 78 — aligación, aun cuando, nuevos Barcochebases, vengan echando llamas por la boca. Ah, sí, ellos son los hechi- ceros, ellos los magos, ellos los profetas ! No llaman hasta ahora chapetones á los tontos ? Cuando á uno le digan chapetón, tenga él por bien averiguado que lo que le dicen es jumento. Y no que con esto tire nadie á zaherir á nuestros mayores ; cuándo ! Los compatriotas de Quevedo, Moratin y Larra no son chapetones : chape- tones son estos mestizos que fincan su nobleza en la ignorancia, y se prevalen del dinero para apellidar aris- tocracia, olvidando la cuarta que tienen en las venas. El de y el de la, eslabones con que algunos ilusos han esclavizado su nombre á su apelativo, no indica sino la vanidad de esos inhábiles Vulcanos : la red con que el dios cojo pilló á Marte era más fina. Los grandes de primera clase se llamaban en España Juan Enriquez, Silva Mendoza y Sarmiento, duques de Medina y Mar- queses de Rivadeo ; se llamaban y se llaman Pedro Girón, Ángel Saavedra, Juan Prim, sin de ni de la que los aple- beye por el vanistorio. Los Moneadas y Requesenes, los Rebellas y Villanovares, los Palafojes y Rocabertis, los Cerdas, Manriques, Guzmanes y Mendozas ; los Alen- castres. Palles, Nuzas y Meneces tenian en la cuna lo necesario para no pedir al de la pureza de sangre que acaso les falta á los que por ahí lo tienen garrafiñado. En Francia el de es inseparable de la nobleza, lo mismo que en Alemania : von Moltke, von Arnim : en España no es necesario, y lo usan los que quieren, ad libitum, dice Fernán Caballero. En Inglaterra tampoco se usa el de : nunca se ha dicho John o/Buckingham, William of Pembroke, sino Juan Buckingham, Guillermo Pembroke.