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CARTAS ESCOGIDAS 403

nuir nada de mi ternura. Vos me aparecéis en una negligencia que me aflige; es verdad que no pedís más que pretextos : este es vuestro gusto natural; pero yo que os he reñido siempre acerca de esto, os riño todavía. De vos y de Mad. Dufresnoi, se podría sacar una persona en el justo medio : estáis en las dos extremidades, y seguramente la vuestra es menos insoportable pero al fin es una extremidad. Admiro algunas veces los na- das que mi pluma quiere decir, yo no la obligo. Soy muy felíz de que tales insulseces os agraden : hay gentes que no se aco- modariían á ello; yo os ruego, sin embargo, que no las echéis de menos cuando esté con vos : heme aquí celosa de mis carlas.

La comida de Mr.Valayoire borró enteramente la nuestra, ho por la cantidad de las viandas, sino por su extrema delicadeza. ¡Eh! hija mía, ¡qué habéis hecho! Mad. de La Fayelte os gru- ñirá como un perro; arreglaos mañana por amor de mí : el exceso de la negligencia ahoga la belleza y vos lleváis vuestra tristeza más allá de toda medida. He dado todos vuestros re- cuerdos; los que os envían sobrepujan al número de las estre- llas. Á propósito de estrellas, la Gouville estaba el otro día en casa de la Saint-Loup, que ha perdido su antiguo paje. La Gouville discurría y hablaba de su estrella; en fin que era su estrella quien había hecho esto y quien había hecho lo OLro. Segrais se levantó como de un sueño y le dijo : « Pero señora, ¿pensáis tener ma estrella para vos sola? Yo no oigo más que gentes que hablan de su estrella, parece que no dicen nada. ¿Sabéis bien que no hay más que mil veinte y dos? Ved si puede haber una para cada persona. » Dijo esto tan graciosa y tan seriamente, que hizo desaparecer la aflicción de todos, Hacqueville es quien hace llegar las cartas á Mad. de Vaude- mont; no le yeo casi: los grandes peces se comen á los pequeños. Adiós, mi muy querida hija; os preparo Bajazet $ dos cuentos de la Fontaine para distraeros.