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YI PRÓLOGO

crito. « En verdad, dice, es preciso entre amigos dejar correr un poco las plumas como ellas quieran : la mía tiene siempre la brida sobre el cuello. » Pero hay días en que tiene más tiempo ó en que se siente de mejor humor : entonces, natural-* mente cuida, arregla y compone casi tanto como La Fontaine para una de sus fábulas. Así se ve en la carta á Mr. de Cou- langes acerca del matrimonio de Mademoiselle; así también la escrita acerca del pobre Picard, que fué desterrado por no haber querido faner. Esta clase de cartas, brillantes de forma y de arte, en las cuales no había ni demasiado número de pe- queños secretos ni de maledicencias, hacían ruido en la socie- dad, y todo el mundo deseaba leerlas. « No quiero olvidar lo que me ha sucedido esta mañana, escribe Mad. de Coulanges á su amiga. Se me E. dicho : Señora, de parte de Mad. de Thianges que os ruega la enviéis la carta del caballo, de Mad. Sevigné, y la de la pradera. He dicho al lacayo que yo las llevaría á su Señora, y le he despedido. Vuestras cartas hacen todo el ruido que merecen, como veis; es cierto que son deliciosas, y vos sois como vuestras cartas. » Las correspon= dencias tenían pues, entonces, como las conversaciones, una gran importancia; pero no se componían nu unas ni otras ; sola- mente se entregaba uno á ellas con todo su ingenio y con toda su alma.

Madama de Sevigné alaba continuamente á su hija en esto de las cartas. « Tenéis pensamientos y tiradas incompara- bles. » Y ella cuenta que lee por aquí y por allá de dichas car- tas algunos trozos escogidos á las gentes que son dignas de ello. « Algunas veces, doy también alguna pequeña parte á Mad. de Villars, pero la gustan mucho las ternezas, y las lá- grimas acuden á sus ojos. »

Si se ha dudado de la ingenuidad de sus cartas, no se ha dudado menos de la sinceridad de su amor por su hija; y en esto se ha olvidado hasta el tiempo que ella vivía y cuánto en.