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CÁMARA DE SENADORES

de la Municipalidad de Santiago que debe estar en posesion de ellos.

Dios guarde a V. S. — Santiago, Junio 20 de 1844. Al señor Ministro del Despacho en el Departamento del Interior.


Núm. 16[1]

La cuestion sobre mataderos discutida en el Senado, tiene sus antecedentes, como lo hemos dicho ayer, en la intencion decidida de la Ilustre Municipalidad, que a requerimiento del Senado pasó un informe cuyo tenor rejistramos a continuacion, por considerar esto de un interes demasiado positivo para el público. Va en ello la vida de millares de individuos que sucumben anualmente en Santiago, víctimas de la deplorable omision de todas las precauciones que la esperiencia ha dictado en dondequiera que hai una aglomeracion de hombres menor aun que la que está reunida en Santiago, i en cuanto a establecimientos públicos, para precaver las enfermedades, debemos decir que en Santiago rivaliza en descuido, desaseo e imprevision con las ciudades turcas. Gracias a un clima benigno, si las pestilencias mortíferas no diezman cada año la poblacion, en cambio, las enfermedades ordinarias adquieren un grado de intensidad, que hace estragos tanto mas fatales cuanto que no llaman la atencion del público, manteniéndole en el lamentable descuido de toda medida sanitaria que prolonga el mal, sin esperanza de remedio. La Municipalidad ha mandado abrir ventanas en los cuartos redondos a fin de proporcionar a sus moradores aire fresco que repare los efectos perniciosos de consuncion de la parte respirable del que está herméticamente encerrado entre cuatro paredes. Pero ¿qué hacer para remediar la infeccion de este mismo aire fresco que viene de fuera, de esta atmósfera mortífera que pesa sobre Santiago i que encierra en miasmas pútridos i animales, tanta parte como la de oxíjeno que contiene? I esto no es ya un espantajo creado por las imajinaciones asustadizas; todos los médicos están de acuerdo en ello, sean nacionales o estranjeros, residentes o transeuntes.

Hace por lo ménos doce años que se escribió un opúsculo sobre la materia, i los periódicos no han cesado desde entónces un instante en pintar con sus verdaderos colores esta llaga que está royendo a la sociedad. Sin nada de esto la sana razon lo está demostrando a cada paso. La gran masa de la poblacion tiene desgraciadamente costumbres de desaseo i abandono que parecen incurables. Un cuarto redondo no cede en infeccion a un sepulcro por la aglomeracion de individuos, la confeccion de la comida, el lavado de la ropa, el depósito de los escrementos i basofias, i cuartos redondos habitan los tres quintos de los habitantes de la capital. Si de estos focos de corrupcion atmosférica pasamos a las acequias, todavía toma el mal un carácter mas grave. Destinadas estas corrientes de agua en sus principios i cuando la poblacion era limitada a proveer de regadío a los planteles i hortalizas contenidas en el recinto de la ciudad, fueron convirtiéndose poco a poco en medio de limpieza, arrojando en ella los vecinos todas las basuras i desechos de los menajes. La poblacion ha crecido sin embargo a tal punto, que una acequia no construida para el efecto es una cloaca que espone a la evaporacion, cuanta materia infecta puede salir de las habitaciones humanas, precisamente como si el objeto de estas canales de inmundicia futse esclusivamente hacer que cada partícula infecta diese su cuota de corrupcion a la atmósfera. Si algo se deposita en el fondo de ellas, la necesidad de estorbar la obstruccion hace todavía que estos residuos en el último grado de corrupcion, den al removerlos su odioso continjente.

Resta aun el sistema de matanzas al que el arte no ha prestado todavía el menor ausilio Se matan al año en Santiago cerca de cuatrocientas mil reses, entre corderos, cerdos i bueyes, de la misma manera que el campesino mata en los bosques una ternera. Las partes útiles, la sangre coagulada i corrompida permanece espuesta al aire hasta que la infeccion ha tocado el último desarrollo. Entónces se recojen estos residuos para trasportarlos a otros lugares en carros abiertos, i dejando en su tránsito una corriente de aire infestada que ahoga a una cuadra de distancia. Todo este cúmulo de concausas i otras muchas que por brevedad omitimos, han logrado anudar sus eslabones sobre la desgraciada poblacion de Santiago que vive muriendo bajo una atmósfera pestilente, la peor que existe sobre la tierra segun el parecer de los facultativos, porque esta es fabricada, digámoslo así, por la mano del hombre, miéntras que la de los paíies malsanos traen su carácter de la natuialeza misma, pero que el arte humano i la civilizacion pueden correjir hasta cierto punto como sucede en Holanda, que en medio de ciénagos pestilentes vive sana una poblacion numerosa en fuerza del aseo, de la educacion i de las precauciones sanitarias que cuidan de conservar la pureza de la atmósfera.

Aun hai mas todavía. Sabemos por conductos fidedignos i por testigos presenciales, que no es raro en las haciendas, cuando un buei o novillo da síntomas manifiestos de enfermedad, mandarlo a los mataderos particulares a fin de aprovechar su carne tal como si fuese un animal sano.

Esta carne la comen todas las familias, sin

  1. Este artículo ha sido tomado de El Progreso del 4 de Julio de 1844, núm. 511. — (Nota del Recopilador).