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SESION EN 20 DE JUNIO DE 1845

son honores que sólo i esclusivamente se deben a Dios" He aquí lo que es tener un miedo excesivo de la Providencia, i figurársela atisbando la creacion entera, como dijimos ántes. Por no destruir un principio ficticio, una moral pública que no sabemos lo que es si no está apoyada en la libertad, i unos respetos sociales que no se deben sino a los poderes lejítimos, se llega hasta a poner a Dios en la picota por los hechos de sus criaturas! I esto por un Diputado cristiano, que vimos todos no hace mucho en cierta ocacion solemne, encabezar unas plegarias al Sér Supremo, i a quien debe la República, una órden nueva titulada de los cucuruchos!

Si la revolucion es un crímen, señor, i sin embargo la obra de Dios, Dios resulta el verdadero criminal, sobre él debe recaer el justo horror que es preciso inspirar por hechos semejantes. Si los hombres no son mas que los instrumentos secundarios, a ellos los honores, la gloria, las flores sobre sus tumbas, ya que su impulso fué en el fondo jeneroso i loable; a Dios, el reproche i la abominacion puesto que él tocó con su vara májica esos pechos entusiastas, i movió sus intrépidos brazos. ¿Consiente el señor Palazuelos en estas infernales consecuencias? Mas si no consiente ¿por qué ha tenido la indiscrecion de no dejar a un costado la Providencia, cuando se trata meramente de juzgar acciones humanas, i estas no como pecados o virtudes, sino como hechos heróicos?

Por ventura, la sociedad, la humanidad entera no es para el señor Diputado mas que un convento, una arena teologal, donde todo debe decidirse por las súmulas de Santo Tomas.

Todo esto es soberanamente absurdo, pero siquiera se conocen a pesar suyo las pretensiones a una filosofía cualquiera en estas palabras severas, aunque parodójicas: "en los grandes sucesos del mundo no debemos jamas envolver el triste nombre de los hombres". Donde la puerilidad invade el discurso del señor Diputado, es cuando al concluir, esclama asustado con motivo de las pobres lágrimas que se piden por la memoria del señor Infante, que si se hacen estos honores "debemos procurar levantar altares desde hoi a todos los que hagan revoluciones en Chile". Nos asombramos en verdad, i no podemos ménos de consignarlo aquí, que el señor Diputado no fuese llamado al órden cuando hacía este paralelo bochornoso. Una cosa es la revolucion de la Independencia, i otras las conspiraciones militares, que son las únicas que pueden tener lugar en un órden de cosas establecido, i al que no pretendan faltar ni los Gobiernos ni los pueblos.

La esclavitud verdadera, la esclavitud colonial, de raza, de pueblo, no tiene mas remedio que una revolucion; remedio santo, porque las necesidades divinas son santas. Las injusticias de los gobernantes, por el contrario, tienen por remedio pacífico el triunfo de las leyes, la enerjía de los majistrados, la honradez del patriota, el espíritu i las costumbres públicas. A veces, es cierto, se verifica llegar en estos casos hasta la insurreccion armada; esto es precisamente lo que el mismo señor Diputado llama pecados de almas elevadas; pero nosotros nos guardaremos bien de condenar auténticamente aun estas estremidades; porque en conciencia, cuando no queda otro recurso que Dios i la fuerza, no sabemos por qué no seria lícito repeler una injusticia indudable con una injusticia dudosa; el despotismo entronizado con una insurreccion liberal.

La dificultad no está en el principio, sino en la oportunidad, en la justicia de la causa que se quiere apoyar contra los atentados de un déspota.

¿No hallaria en efecto, el señor Diputado una mistificacion horrible, el querernos persuadir en nuestro siglo que Bruto fué una bestia? ¿No se ha estremecido sobre todo al tildar con el nombre injurioso de crímen tantas manifestaciones brillantes que resplandecen sobre el libro hermoso de la historia moderna? ¿No ha temido oir la voz de esas sombras venerables que condenaron a Cárlos I i Luis XVI decirle desde lo hondo de sus sepulcros: ved el fruto de nuestro heroísmo i burlaos todavía si podeis, escamoteadnos los honores que el mundo nos tributó entónces; desparramad al viento las flores con que regaron nuestras losas hasta débiles mujeres? ¿I qué decir de esas figuras jigantescas de pueblos que se han levantado en nombre de su independencía, de Norte América, por ejemplo, i de nosotros mismos? ¿Qué de esos otros pueblos ménos felices, porque no han tenido un océano por cintura bélica: la Polonia, la Béljica, i la monumental Italia?¿Iriais tambien a gritar al oido de estos cadáveres: crímen! crímen! si movéis el dedo, si alzais la pierna, si abris la boca para quejaros.

I no crea que exajeramos. Esto i mas podria decir el señor Diputado que ha tenido valor para terminar con estas palabras blasfemas a nuestro juicio: "Hasta aquí, hemos hablado de un hermoso crímen, ojalá fuera así! No hai tal hermosura, no hai tal; pecamos: hemos pecado mui prosaicamente."

¿De qué hermosura hablais señor Diputado? Del bello ideal, puro irreprochable de la Grecia antigua? Estos tipos acabaron con la antigüedad, i hoi la Grecia misma conquista a sangre i fuego su independencia. La sublimidad de las artes ha pasado a los campos de batalla i no hai ya estatua mas bella que la de la libertad. Altar moderno, puerta del cielo, todo es permitido por ella como en otro tiempo lo fué la bienaventuranza. Prosaico el triunfo de la independencia, de todo lo que hai de grande i hermoso en esta vida, ccmo se espresa el mismo señor Diputado en otra parte por una de esas contradicciones inmotivadas que le son peculiares. Es preciso ciertamente haberse propuesto pronunciar un