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SESION DE 4 DE JULIO DE 1836

multiplicadas las atenciones, por una grei demasiado numerosa, o siendo difícil las comunicaciones por distancias crecidas i poco practicables, no pueden los obispos, por mas que quieran, atender a todo su rebaño con el cuidado que necesita. Contrayéndonos a nuestra República, miramos solamente en ella dos obispados; i con decir que éstos fueron los mismos que tuvo Chile cuando principiaron a poblarlo los españoles, nada mas se necesitaba para conocer que despues de pasados cerca de tres siglos en que ha recibido la poblacion tan notable incremento, deben ser ya del todo insuficientes. Miremos ahora la vasta estensíon que comprende cada uno de los mismos obispados. El de Santiago abraza las provincias de Talca, Colchagua, Santiago, Aconcagua i Coquimbo, desde las márjenes del rio Maule, hasta el despoblado de Atacama. El de Concepción comprende desde las márjenes opuestas del mismo rio, las provincias de Maule, Concepción, Valdivia, Chiloé, el archipiélago de Guaitecas i las islas adyacentes. ¿Quién no ve la suma dificultad de los pueblos para comunicarse con sus obispos, i la casi imposibilidad de éstos para visitar frecuentemente a sus pueblos, tocar sus necesidades i remediarlas, apacentarlos con su doctrina i con su ejemplo, i administrarles los sacramentos que él solo puede en virtud de su potestad de órden? ¿Con qué justicia podrá privarse a esos pueblos de los beneficios i de los consuelos que la relijion tiene depositados en las manos de sus pastores? ¿I cómo han de constituirse pastores de aquellas ovejas que no pueden conocer ni cuidar como conviene? ¿Es posible que, para una poblacion de mas de millón i medio de habitantes diseminada en tan vasta estension de terreno, dividida por mares, por caudalosos rios i penosas montañas, haya de haber solo dos obispados? ¿No importa lo mismo el continuar esta situación que condenar a la mayor parte del Estado a una privación talvez perpétua de una parte de los bienes que la relijion le franquea? ¿Qué derecho mayor tienen los que viven inmediatos a la residencia de los obispos, que los que están situados en los confines de tan largas diócesis? ¿No contribuyen unos i otros con los servicios, con los derechos, con los diezmos que exijen de ellos el Estado i la relijion? ¿Puede, pues, negárseles el derecho que tienen para ser atendidos?

Ya hemos visto que, procurando eludir toda la fuerza de las preguntas que acabamos de hacer, se ocurre al pretesto de que aun no están los pueblos en estado de mandárseles obispos ni erijirles iglesias catedrales en lugares convenientes.

La relijion, se dice, se halla en mucho atraso en las provincias en que se quieren erijir obispados, i en ellas es preciso principiar solo por proveer de misioneros que mantengan i estiendan la palabra divina en aquellos pueblos, para lo cual no se necesita el boato de un obispo, su corte, sus ceremonias imponentes i los consiguientes gastos que son precisos para mantener el episcopado; pero estas razones son tales que, a primera vista, descubren su insuficiencia; sin embargo, es preciso refutarlas con detencion i por partes.

Ante todo, debe tenerse presente que si en las provincias de que tratamos no hai todavía la conveniente ilustracion, está radicada en ellas la creencia, sin que falte un regular conocimiento de la relijion que se profesa, ni se echen ménos costumbres verdaderamente cristianas. La provincia de Coquimbo que, segun el plan de obispados, debe formar uno solo, contiene pueblo de consideración con mucha jente instruida i la poblacion de sus campos es acaso la mas civilizada que en esta clase se encuentra en la República; sus necesidades demandan en ella la creación de una catedral, ya para evitarle la molestia de ocurrir a Santiago por las dispensas i otros actos episcopales que no pueden ejercer los vicarios, ya para que sus naturales que tengan vocacion al sacerdocio puedan alcanzarlo sin las pensiones de viajes largos i residencias costosas en la capital, por cuya causa no pocos se ven desfraudados en sus deseos; ya, en fin, para tener un prelado que esté mas inmediato a sus párrocos, que los aliente en el ejercicio de su penoso ministerio, que los corrija i los reforme cuando por desgracia incurran en los estravíos de que es tan susceptible la humana frajilidad.

Las provincias de Chiloé i Valdivia, a mas del número crecido de fieles que contienen, presentan a la caridad evanjélica la proporcion mas bella para la reducción de otro número todavía mayor de jentes, que aun no han abrazado el cristianismo i tienen para ello las mejores disposiciones.

Estas provincias reclaman todavía con mayores razones la erección de un obispado, porque sobre ser mas grandes las dificultades que tiene para comunicarse con ellas el obispo de Concepción, necesitan un número considerable de ministros destinados unos a la enseñanza i auxilio de los fieles i otros a la conversión de los que permanecen en la jentilidad; necesitan fomentar en su seno los estudios convenientes para adquirir las ciencias eclesiásticas i formar sacerdotes naturales de las mismas provincias, porque los de fuera no pueden permanecer mucho en aquellos temperamentos; i para todos estos objetos es indispensable un obispo que esté a la mira del arreglo i práctica del servicio sacerdotal, que promueva cuanto sea conveniente a la formación de un clero i haga muchas cosas que no pueden hacer los sacerdotes diseminados.

Es un error creer que en lo político ha de ser esencialmente necesario un órden jerárquico, i que este mismo no se necesite en la iglesia, que precisamente debe a ese órden toda su subsistencia. Necesitan, se dice, los pueblos en que se trate de hacer obispados, sacerdotes que los instruyan i deben mandarse todos los que sean