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CONGRESO NACIONAL


Desde la sesion de 1.° de Junio de 1837, la última en que tuve la honra de esponeros de viva voz los trabajos anuales del Gobierno, su política i sus votos, ¡qué de eventos importantes han ocupado sucesivamente nuestra atencion! Si el primero de ellos, acaecido pocos días despues, llenó de angustia a la patria; si en el triunfo de la lei sobre un motin desorganizador tuvimos que llorar la pérdida de un ministro ilustre, modelo de ferviente patriotismo i de heroica devocion a los intereses i al honor de Chile, ¡qué consoladora fué para vosotros i para todos los habitantes la concordia universal, estrechada por los mismos medios que se habían puesto en accion para disociarla, i la denodada constancia con que la nacion, léjos de dar abrigo al desaliento, redobló entonces sus esfuerzos contra el enemigo esterior!

El Jeneral Santa Cruz escojió aquel momento crítico para renovar sus proposiciones de paz. El había presentido en Lima el movimiento de QuiIlota, i su Ministro de Relaciones Esteriores dirijió al de Chile, en 14 de Junio, once dias solamente despues de haber estallado el motin, una larga comunicacion con el objeto, según él mismo dice, de aprovechar un incidente que pudiera conducir a una avenencia. El tono de esta comunicacion i la intelijencia que ella revela entre el Gobierno Protectoral i los autores de aquel horrible atentado, intelijencia de que también parecían hacer alarde los periódicos oficiales de Lima, no nos permitían darle otra respuesta que el silencio. Convencido por otra parte el Gobierno chileno de que la existencia de la Confederacion Perú-Boliviana era un peligro perpetuo para los estados del Sur; de que el reconocerla hubiera sido sancionar un ejemplo ominoso; de que este sistema, erijido con cuantos caractéres de ilegitimidad pueden tiznar una usurpacion, no tenía a su favor el sufrajio de los pueblos; i de que el Jeneral Santa Cruz estaba resuelto a sostenerlo a toda costa, ¿no hubiera sido malograr un tiempo precioso dar oídos a proposiciones en que se sentaba como base precisa el reconocimiento de ese mismo sistema, causa principal de la guerra?

La República Ecuatoriana había interpuesto desde 15 de Febrero de aquel año su respetable mediacion.

Persuadido del espíritu de cordial amistad que había dictado esta oferta, me hubiera complacido en aceptarla; pero no pareció conveniente tomar esta determinacion sin acuerdo del Gobierno de Buenos Aires, encargado de las relaciones exteriores de la Confederaron Arjentina, empeñada en la misma causa que nosotros; i ademas, habiéndose ofrecido igual inteiposicion por el Gobierno de S. M B., juzgué que el carácter de mediadora que la República Ecuatoriana había deseado tomar en la contienda, no era el que mejor le convenía en el arreglo de los puntos pendientes; que, pues el oríjen principal de la guerra era el peligro de los estados de la América Meridional, el Ecuador no se hallaba en el caso de un tercero desinteresado, que proponía medios de transaccion i avenencia en controversias ajenas; que él era parte principal en una cuestion sur-americana, en que se hallaban envueltos sus intereses nacionales mas caros, no ménos que los de Chile i de las provincias unidas; i que por tanto era preferible para nosotros que el Ecuador apareciese en las negociaciones, no como mediador, sino como quien tenía derechos propios que poner a salvo en el arreglo del punto capital que había de disentirse en ellas. Este modo de pensar no tuvo la fortuna de ser acojido por el Gobierno Ecuatoriano.

He aludido al benévolo ofrecimiento que nos hizo de sus buenos oficios el Gabinete de S. M. B. Trascurrió algún tiempo sin que pudiesen ponerse de acuerdo sobre las bases de esta mediacion los belijerantes aliados; i creí por fin llegado el caso de aceptarla por mi parte, como lo hice, con una sincera confianza en los sentimientos benévolos que habían inducido al Gobierno Británico a dar este paso. Pero la campaña peruana marchaba ya rápidamente a su desenlace; i creo necesario, ántes de pasar adelante en esta materia, dirijir vuestra atencion a los sucesos de la guerra.

Apesar del funesto contratiempo de Quillota, en 15 de Setiembre de 1837 zarpó de Valparaíso una expedicion de cerca de 4,000 hombres, que tocó en Iquique el 21, desembarcó en Arica el 24, i el 12 de Octubre se apoderó de Arequipa. No os hablaré de los sucesos de esta campaña, que sin embargo de las esperanzas que la buena acojida de los pueblos hizo concebir al principio, tuvo por término el tratado de Paucarpata. Ni relativamente a este tratado, que produjo en Chile una sensacion jeneral de reprobación i disgusto, me toca hacer mas que remitirme al Mensaje de 20 de Diciembre, en que os di cuenta de él, i del decreto espedido en 18 del mismo mes, desaprobándolo, i notificando la continuacion de las hostilidades contra el Gobierno del Jeneral Santa Cruz.

Organizóse otra nueva expedicion, a que los departamentos vecinos contribuyeron con gran número de voluntarios, i que dejó nuestras costas en Julio de 1838, en número de 6,00c hombres. Entre tanto, el Norte del Perú era teatro de una revolucion que, habiendo tenido por único principio el odio de los pueblos contra la dominacion del Jeneral Santa Cruz, parecía destinada a facilitar el triunfo de los belijerantes aliados, proporcionándoles la accesión poderosa del pueblo peruano, cuya libertad era el objeto de sus constantes esfuerzos. Frustráronse también fundadas esperanzas. Causas que sería largo enumerar convirtieron aquella revolucion en el mas sério de los obstáculos con que tuvo que luchar la expedicion chilena. Las armas afiladas contra el Usurpador del Perú se dirijieron, por una alucinacion fatal, contra los defensores de la Inde