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CÁMARA DE SENADORES

El infrascrito siente que los males que, de algun tiempo a esta paite le aquejan, le priven de cumplir con el deber de concurrir personalmente a dar cuenta a la Cámara, como ansiosamente lo deseaba.

El Ministro que suscribe ofrece a S. E. el Presidente de la Cámara de Senadores los sentimientos de su mas distinguida consideracion i aprecio. —Santiago, Julio de 1839. —Ramon Cavareda. —A S. E. el Presidente de la Cámara de Senadores.


Núm. 39


Memoria que el Ministro de Estado de los Departamentos de Guerra i Marina presenta al Congreso Nacional en 1839.

Despues de haber terminado gloriosamente el largo período en que la República se vio compelida a combatir por su seguridad e independencia, nada me es tan grato como cumplir con el deber de dar cuenta a las Cámaras Lejislativas del estado en que actualmente se hallan los departamentos de Guerra i Marina. Para formar una exacta idea de todo lo obrado por ellos durante la indicada época, basta hacer una reseña de los principales acontecimientos, insertando los hechos cronolójicamente para mayor ilustracion. En la Memoria presentada por mi ilustre predecesor en 1836, se anunciaba el próximo rompimiento de la guerra que debía estallar entre este Estado i los Confederados del Perú i Bolivia, fundándose, en que el jefe que presidía éstos, hollando lo mas sagrado que los pueblos cultos reconocen, se atrevió a ofender descaradamente al que tantas pruebas había dado de lealtad i buena fe a sus vecinos. Se realizaron al fin los temores que el siniestro í tortuoso proceder del gabinete protectoral había inspirado anticipadamente, i en este supuesto, fué preciso recurrir al medio violento, aunque necesario, de las armas. El Congreso, fiel intérprete de los sentimientos de la nacion, penetrado de la gravedad del insulto que su decoro i dignidad habían sufrido, declaró por unanimidad de sufrajios la guerra al usurpador del Perú. Desde entonces i no ántes empezaron los aprestos militares, organizándose las fuerzas destinadas a vengarlo.

En el mes de Octubre del mencionado año, estaba reducido el Ejército permanente al número de 3,000 hombres escasos. Autorizado el Gobierno para aumentarlo según el imperio de la necesidad lo exijiese, decretó una leva de aquéllos que, por no contraerse al trabajo de sus profesiones i oficios, se mantenían en estado de vagancia. Al mismo tiempo que se llenaba el importante objeto de acrecentar sus filas completando la dotacion de los cuerpos existentes i creando otros nuevos, se mejoraban las costumbres de las masas; porque depuradas éstas de los que podían contaminarlas con su mal ejemplo, se entregaban asiduamente a sus laboriosas ocupaciones, con cuya constancia i contraccion han florecido la agricultura i las artes, sin haberse sentido la funesta influencia que siempre acompaña al ominoso azote de la guerra.

Se designó la ciudad de Quillota para canton del Ejército que debía expedicionar a las costas del Perú, teatro premeditado para afianzar con mas acierto la campaña intentada. El jenio del mal sujirió al jefe de aquél el infando atentado, que para baldon de la época en que nos tocara vivir, se consignará en los anales de un pueblo tan magnánimo como sensato.

Frustradas las mas halagüeñas esperanzas a consecuencia del motin militar, se vió el Gobierno en la necesidad de desplegar cuantos recursos poseía para conjurar la tempestad que amenazaba consumir los venturosos bienes que, durante los ocho años anteriores, se habían difundido con profusion por todos los ángulos de la República. Espidió órdenes paia que la guardia cívica de las provincias limítrofes se armase con el objeto de resistir a los sublevados en el caso de agresion en ellas. Los beneméritos cuerpos que componen la de Valparaíso, unidos al digno batallon de línea Valdivia, correspondiendo a la confianza pública en tan angustiada crisis, lidiaron denodadamente en el combate del Baron, i sobre el mismo campo de batalla en donde parecía que había de quedar difunta la libertad, sepultaron al mónstruo de la anarquía en su nacimiento.

Descargada la cuchilla de la leí sobre la cabeza de los principales autores del motin, quedó satisfecha la justicia i vengada la cruenta víctima inmolada tan cruel como desapiadadamente.

Sofocada la rebelion por los heroicos esfuerzos de los defensores de la lei, i rotos i deshechos los cuerpos que la ocasionaron, vió la nacion, con amargo desconsuelo, disipado el noble designio que había concebido de derrocar al potente enemigo de su gloria i reposo. Sensible el Gobierno a la intensa gravedad de tanto mal causado por la repentina desaparicion de los elementos de poder, que a fuerza de constancia había creado, léjos de desmayar, desplegó en aquella aciaga época la mas vigorosa enerjía, reanimó el espíritu público abatido por tan triste como inesperado acontecimiento, i puso en acción todos los recursos que estaban en la esfera de sus facultades. Formó i organizó nuevos batallones sobre las reliquias de los derrotados en los campos del Baron, nombró oficiales para llenar las bajas de los que tenían complicidad en el motin, contrató la compra de un repuesto de armamento capaz de reemplazar el perdido en la refriega, proveyó abundantemente de este importante artículo a todos los cuerpos; í despues de equiparles correspondientemente i establecer almacenes de boca i guerra para el sosten de ellos, les puso en actitud de abrir la campaña.