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CÁMARA DE DIPUTADOS

por mas de dos siglos, i esa relijion tan distinguida por la sabiduría de sus individuos, por la asiduidad en el desempeño de unas instituciones dirijidas todas a procurar la perfeccion del hombre bajo cuantos respectos puede considerarse; esa relijion que prodigando sus sudores i su sangre mejoró la condicion del mundo civilizado, i lo aumentó con las mas gloriosas i pacíficas conquistas; la Compañía de Jesus, que sostenía la guerra mas valerosa i constante contra los errores i vicios de que reportó tan nobles triunfos, relegándolos al merecido lugar de la abyeccion i del oprobio, no podía ménos que concitar en su contra el influjo todo de las pasiones desordenadas; ni éstas pudieron lisonjearse de obtener su ruina, sino procurando batirla por los medios siniestros de la calumnia descubierta, a las veces, astutamente disfrazada. Lograron al fin uno de aquellos triunfos que la Providencia permite al engaño sobre la verdad, para que aquél quede mas descubierto i ésta mas reluciente i purificada. Los Gobiernos fueron alucinados por los mismos que, minando desde entónces sus cimientos, aparentaban el mayor celo por su conservacion, i haciendo aparecer como perturbadores del órden público a los que eran realmente sus mas firmes columnas, causaron su espulsion de los paises católicos, en que estaban establecidos, no sin universal sentimiento de los habitantes de los mismos Estados, que estimaron en su justo valor la pérdida irreparable de unos hombres, de quienes puede decirse, con verdad, que eran todo para todos; i el Soberano Pontífice, entre las lágrimas mas amargas i justas por el daño que recibía la Iglesia, se vió, por fin, precisado a decretar su estincion; pero no tardaron en hacerse sentir las fatales consecuencias que debian esperarse de acontecimiento tan singular.

Privadas la humanidad i la relijion de sus mas firmes apoyos, quitada la barrera que en todas partes repelía el vicio, éste, como el aluvión que rompe los diques, inundó la tierra por todas partes, presentándose bajo distintos aspectos; i aquellas jimieron en vano cuanto progresivamente les hicieron sentir los errores i la depravacion de las costumbres, que no tardaron en causar los mas espantosos trastornos en que, desgraciadamente, ha abundado tanto nuestra edad, tan señalada por la repeticion de conmociones sangrientas, i de cuantas calamidades puede atraer el hombre sobre el hombre mismo. Tales fueron los resultados de la falta del benéfico influjo de una sociedad dada al mundo por un singular designio de las misericordias del Señor, para que en ella encontrasen los hombres la mas verdadera, pura, culta i útil enseñanza; para que fuese el socorro de todas las necesidades de sus prójimos, i para que velase día i noche sobre su conservacion i adelantamientos.

Los Estados que se apresuraron a ser los primeros en la espulsion de los regulares de la Compañía de Jesús, fueron tambien los que principiaron a sentir las funestas consecuencias de su mal acordada resolucion, i esos mismos Soberanos, que creyeron consultar con tal medida a la conservacion de sus tronos, fueron trastornados por el mismo espíritu que promovió la persecusion de sus figurados enemigos. Al contrario, aquéllos que, conociendo la importancia de hombres tan benéficos, los acojieron en sus Estados, vieron florecer en ellos cuanto podían apetecer para su tranquilidad i progreso en todos los ramos a que puede estenderse la felicidad pública. El imperio de la Rusia ha debido a los jesuítas una parte, acaso la mas considerable, de los progresos que le hemos visto hacer en la carrera de la civilizacion, i movido de este conocimiento el Emperador Pablo I solicitó de la Silla Apostólica facultades para que los regulares de la Compañía pudiesen en sus dominios reunirse en forma de congregacion bajo las leyes de su instituto i bajo la autoridad inmediata de la misma Santa Sede. Sucesivamente el Rei de Nápoles solicitó introducirlos de nuevo en sus dominios como el arbitrio mas poderoso para restablecer la enseñanza de la juventud, la piedad i la moral pública.

Los pueblos todos impelidos de sus grandes necesidades avivaron sus deseos por la posesion del bien que se les había arrebatado, i elevando repetidos clamores a la Silla de San Pedro, obtuvieron, por fin, el restablecimiento de tan excelente instituto que el Santísimo Padre Pio VII hizo en breve de 7 de Agosto de 1814; dando en este acto el mas claro testimonio de la alta importancia de la Compañía de Jesus, i la mas solemne vindicacion, de cuanto contra ella habían opuesto sus émulos. Sucesivamente fueron los jesuítas admitidos de nuevo en España, i se han ido estendiendo por diferentes reinos i provincias, siempre los mismos en celo i caridad, siempre iguales en sabiduría, siempre provechosos mas que ningunos, para la enseñanza de la juventud en ciencias sagradas i profanas; siempre distinguidos por sus socorros de toda especie a los menesterosos, rectos siempre, i en suma, siempre nivelados por la única i verdadera moral: la del evanjelio.

A nuestra inmediacion en las provincias arjentinas están ya establecidos i dando irrecusables testimonios de los bienes que producen; infatigables en las misiones, constantes en el confesonario, asiduos en la enseñanza, sacrificados todos a la pública utilidad, ellos son actualmente el lenitivo en medio de las desgracias que aquejan a nuestros vecinos, i establecidos sobre la firme base de la verdad i la justicia, han merecido dar pruebas de su respeto a estas virtudes sobre cuanto puede imponer el ánimo mas fuerte. El Ilustrísimo señor don Manuel Eufracio Quiroga Sarmiento, dignísimo Obispo de Cuyo, que tuvo la fortuna de tratarlos inmediatamente en Buenos Aires, no acababa de hacerme elojios de hombres