Página:Sesiones de los Cuerpos Lejislativos de Chile - Tomo XXIV (1835-1839).djvu/498

Esta página ha sido validada
494
CÁMARA DE DIPUTADOS

con los ejemplos de las Repúblicas mas ilustres.


Los romanos decretaban una corona al que salvase la vida de un conciudadano: Antonino Pío, oyendo celebrar las hazañas i conquistas de César esclamó: "No es su gloria la que envidio, i yo prefiero ahorrar la sangre del último de mis súbditos que destruir millares de enemigos." Estas son las reglas que dirijían a Roma en todo su esplendor, i han seguido los hombres eminentes, los bienhechores del jénero humano.


Estos principios no guían al valor brutal, pero son propios de hombres racionales i sensibles. Quizas ha sido una dicha para Chile que el Jeneral Blanco mandase nuestro ejército. Estoi mui léjos de rebajar los talentos de los otros Jenerales.


La Patria tiene militares valientes que pueden defenderla con honor, principalmente algunos que permanecen retirados i no reconocen el Gobierno; pero, a otro cualquiera, colocado en la situacion del Jeneral Blanco, hubiera parecido una villanía toda entrevista con un enemigo irritado por ultrajes tan vivos i punzantes, i aconsejado de su arrojo habría desdeñado todo avenimiento, aventurando primero un golpe de desesperacion que lo arruinase, ántes que salvar por un arbitrio en que la jenerosidad aparecía de parte de su enemigo. Él ha sido superior a un falso pundonor, i ha estimado en mas que su propia bizarría la sangre de sus amigos i el bien de la Patria. En su carácter franco, sincero i en sus modales nobles encontró un espediente para acallar los celos, los resentimientos, tratar de igual a igual con el enemigo i concluir un tratado que, por mas que se vocifere, no es degradante para Chile.


No ignoro que el timbre mayor de un guerrero es realzar la gloria de su Patria, triunfando de sus enemigos i ejecutando las empresas confiadas a su valor; pero tambien su primera obligacion es atender a la salvacion de las tropas que están bajo su custodia i no esponerlas a una completa ruina. Conservándolas, puede la Patria volver de su abatimiento, rechazar ventajosamente a sus contrarios i recuperar su grandeza i señorío. Perdiéndolas, el enemigo cobra soberbia, la Patria desmaya, el valor se anonada i todo sucumbe. Si un Jeneral marcha denonado al frente de sus compatriotas i se convence que el lugar que destinaba para sus trofeos puede cambiarse en un teatro de desolacion, es su deber, ya que no puede llenar completamente sus designios, mostrarse animoso, ocultar al enemigo su flaqueza i librar a sus compañeros de armas de una muerte inevitable por medio de condiciones honrosas.


Hallándose el Jeneral Blanco en este caso i procediendo con arreglo a esta conducta sensata, nadie podrá acriminarlo sin parcialidad. Coloquemos en Arequipa a un Turena, a un Catinat, al guerrero mas distinguido si se quiere, ¿habrían continuado en el proyecto de ocupar al Perú con fuerzas tan reducidas como las nuestras, i apegado en ellas aquel primer fuego que les debió inspirar al principio la seguridad del triunfo? Sus grandes almas indignadas de la fatalidad que temerariamente los espuso, i murmurando en silencio, se habrían sometido a la lei de la necesidad transijiendo con Santa Cruz. Nó, se dirá que la altivez de Luis XIV no habría tolerado esta afrenta; mas, las paces de Paucarpata nunca serán una afrenta para Chile; pueden con una leve reforma pasar entre Repúblicas iguales, i aun suponiendo que Luis XIV las hubiera desechado, este proceder no debería servirnos de regla, porque la voluntad de los Reyes quiere ser omnipotente, porque su soberbia no admitía contradiccion, i su orgullo se rebela contra los golpes de la suerte i quiere disputar los acontecimientos a la inflexibilidad del destino.


Algunos espíritus limitados, que no reconocen otra diosa que la fortuna, que juzgan de todo por los resultados, pregonan la incapacidad del Jefe i su mala fé. ¡Insensatos! Llaman sobre el desgraciado la animadversion, no tributan elojios mas que a la felicidad, i hacen depender el mérito i la virtud de los caprichos del hado. Lo que respetan i veneran no es la gloria que merecen las bellas acciones, sino una causa ciega i fortuita; mas, los hombres juiciosos piensan de otro modo: consideran las razones que influyen en los acontecimientos i no pronuncian fallos arbitrarios.


Estos harán justicia al Jeneral Blanco i se convencerán que, si es responsable de no haber alcanzado el fin de la espedicion, hai otros en quienes con mas justo título gravita esta responsabilidad. No se culpe ligeramente a este Jeneral, i si se exije de su parte candor, es preciso que todos lo tengamos. Confesemos con franqueza que nos hemos dejado alucinar por simples apariencias; una especie de vértigo se apoderó de nosotros, el amor propio nos cegó, i el deseo ardiente de satisfacer nuestros agravios nos tornó imprudentes. Rumores vagos que presajiaban a nuestro arribo al Perú la acojida mas oficiosa, el recibimiento mas placentero i falsas relaciones de los peruanos expatriados, nos ofuscaron de una manera estraña; mas, no se tenga la avilantez de acumular en un solo individuo tantos dicterios por una falta que fué comun, nos recuerdan las horcas caudinas i pretenden que el Jeneral Blanco imite la sinceridad de Postumio; mas, yo no veo semejanza alguna entre las paces de Paucarpata i las humillaciones a que sujetó Poncio al Cónsul romano.


La maledicencia solo puede dictar semejantes comparaciones, i encontrar analojías donde no las hai; el Consul, forzado a pasar con todo su ejército desarmado bajo del yugo entre los silbos i las burlas de los samnitas, sufrió las condiciones mas crueles i vergonzosas; el Jeneral Blanco, por el contrario, en medio de un clima mortífero i escaso de todos los recursos, se hace temer, mantiene la disciplina, el brío del soldado i a ins