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SESION DE 20 DE DICIEMBRE DE 1837

tinacion en negarse a tratar con Santa Cruz cuando el temor lo forzaba a ofrecernos condiciones ventajosas?


Pero, en vez de manifestar candor i la turbacion del que reconoce su engaño, deja al señor Blanco a la merced de la mordacidad.


Miéntras no se pruebe que podía elejirse otro temperamento en las coyunturas etique se hicieron, no hai razon para prorrumpir en sarcasmos contra un buen patriota. Yo descenderé a esta cuestion; me faltan documentos pero la esposicion del Jeneral me basta.


Ninguno podrá asegurar el acierto de una empresa cuya felicidad depende de causas estrañas i estraordinarias.


El hombre solo se obliga a lo que puede concurrir con su voluntad i obtener por medio de sus talentos, i es una temeridad i un delirio hacerlo responsable de acontecimientos que no evitaría la penetracion mas delicada. A un arquitecto le prometen todos los materiales para que levante un soberbio edificio; le faltan estos; ¿podrán quejarse contra él porque lo deja sin ejecucion? Esto sería lo mismo que castigar a cualquiera porque no adivina la súbita mudanza del tiempo; no disipa las nubes i no detiene la corriente de los rios; tal fué la necedad de Jerjes que intentó hacerse respetar del mar echándole cadenas para que no destruyese la obra que había levantado para abrir paso a su ejército; i si el Jeneral Blanco se hubiera empeñado en derribar a Santa Cruz, despues de haber palpado los inconvenientes de un designio tan inverificable, ¿no habría imitado a los titanes que aspiraron a escalar el cielo?


Nosotros no hubiéramos formado el hermoso plan de libertar al Perú con una fuerza tan limitada, si no hubiéramos contado con la activa cooperacion de la República Arjentina, con la division i fermentacion política del Perú, i con los esfuerzos de la misma Bolivia, para derribar el despotismo mas encubierto con las formas de la federacion.


Estos alicientes nos movieron, éstos fueron los elementos en que se cifraban nuestras esperanzas. Creíamos combatir a un usurpador odioso que vacilaba en su trono; creíamos que los pueblos del Perú lanzaban sus miradas hácia Chile i Buenos Aires, invocando su proteccion, i alucinados por estas imájenes brillantes no formamos un ejército competente para derrocar un ambicioso feliz i sostenido por una soldadesca adicta a sus intereses, acostumbrada a obedecerle, i no reparamos en que aquel pueblo, cansado de sus disensiones internas, prefería su propia quietud a los frutos de la libertad.


Nuestros votos no se realizaron; apénas los valientes chilenos ponen pié en tierra i ya tocan un amargo desengaño; desaparece el cuadro risueño que habíamos concebido; nuestros soldados en vez de los aplausos, de los vítores i gritos de entusiasmo que esperaban, no hallan mas que la malevolencia i el odio de un enemigo que desea nuestra perdicion. El pueblo de Arequipa se dispersa, huye de nosotros i teme a los amigos que van a defenderlo. Acostumbrado a la esclavitud no puede soportar el contacto de los libres, la atmósfera de la libertad emponzoña su abatida existencia i se refujia bajo el pabellon del déspota. Las enfermedades debilitan nuestras filas, i léjos de engrosarlas el levantamiento de nuevos cuerpos, i la desercion en favor nuestro de algunos de los que estaban al servicio de Santa Cruz, éstos no hacen mas que seguir humildemente a su caudillo.


En vano el Jeneral Blanco trabaja por entablar relaciones con los sujetos de quienes esperaba proteccion, i averiguar el rumbo del enemigo; no hai un solo individuo que se preste al mas pequeño servicio, solo hai espías que observen nuestros movimientos.


La fuente no llena sus compromisos, los soldados desprovistos de subsistencia i de los medios de movilidad, debilitados por las enfermedades i abrumados por un temperamento ingrato se penetran de su deplorable estado; solo les alienta el amor pátrio i la desesperacion; sin embargo, algunos prefieren a las penalidades gloriosas las comodidades de una desercion vil, i se incorporan al enemigo. Todo lo habíamos esperado i todos nos faltaba; las protestas eficaces que nos hicieron no se cumplen, i todas las esperanzas se disipan a un tiempo, se convierten en sombras que se desvanecen i no se tocan, en fuegos fátuos que deslumbran, estravían i desaparecen, i en su lugar, hallamos aislamiento, miserias i rencor.


En estas circunstancias, ¿qué debía hacer el Jeneral Blanco?


Respondan sus mas furibundos detractores. ¿Insistiría en el desvarío de atacar al Perú con un puñado de hombres estenuados, desnudos i hambrientos? Conducido por un ciego despecho i frenesí, ¿debió perecer primero con todo su ejército que no llenar su mision? ¿Mostraría la rabia impotente de un niño que, no pudiendo vengarse del que lo insulta se indigna de su debilidad, vuelve contra el mismo su furor i se despedaza de cólera? Los que piensan de este modo son unos insensatos, son almas mas que estoicas i feroces, i en cuyo corazon no se alberga una chispa de humanidad.


Si nuestro ejército hubiera perecido por cualquier evento, ¿no sería grande el infortunio, el luto i el llanto de la Patria? El terror i el espanto se pintarían en los semblantes, i lágrimas amargas regarían las mejillas de muchas familias; ¿o no se aprecian todos los costos que causa el tren de una espedicion i la sangre de los chilenos? Sí, yo protesto que entonces todos declamarían contra la audacia i desenfreno del Jeneral, i le increparían su vanidad e insensatez. Los que se jactan de patriotismo i humanidad no podrán ménos que abrigar estos sentimientos comprobados