nados, en 25 de Marzo de 1783: "Se aprueba la firmeza que habéis manifestado en no querer tratar sin el espreso reconocimiento de la Independencia"[1]
Si esto no es dar importancia a lo que El Filopolita llama fórmulas vanas, ¿qué es?
Pero, "en aquellos tiempos dominaban otras ideas; había errores erijidos en principios; no se respetaban los derechos del hombre ni se conocían los de los pueblos, etc." Los derechos de los hombres, de los pueblos son mejor conocidos; los hechos han variado poco de carácter. Todavía resuenan en nuestros oidos los acentos moribundos de la Polonia, a quien los Gobiernos constitucionales de Europa, contentándose con vanas intercesiones i votos estériles, no osaron alargar una mano amiga en su agonía. El oríjen divino de la potestad real es por desgracia un dogma que se profesa actualmente en la gran mayoría del mundo. La Santa Alianza no es una cosa de que tengamos noticia por tradicion de nuestros abuelos.
Recuérdese la invasión francesa de España en 1823, i vuélvase los ojos a Italia.
"No debe temerse (dice El Filopolita) la cooperacion de las potencias de Europa a las hostilidades que pudiese intentar la España con el designio de sacar ventajas para sí sola." Mui bien; pero ¿no deberá temerse que la España desesperada de recobrar el todo para sí, consintiese en hacer partícipes a dos o tres de las otras potencias, que le prestasen a este precio su ayuda? Aunque la suposición en el estado actual de las cosas parezca inverosímil, no va en ello demasiado para que no procuremos ponernos al abrigo de todo jénero de continjencias.
- ↑ Código Diplomático de los Estados Unidos, tomo I, pájina 483.