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SESION DE 10 DE MARZO DE 1828

de darles los desesperados i virtuosos ciudadanos de aquel departamento, i ellos mismos los que acuerdan mi espulsion, porque me han visto reunirme a reclamar con millares de habitantes, contra unos funcionarios, que invistiéndose de tales por sí mismos, arruinaban el crédito i las personas de los ciudadanos mas honrados de Colchagua. En el acto de semejante atentado se han hecho reos del mas abominable delito. Osados infractores de la lei, dan el mas triste ejemplo de degradacion i despotismo, eclipsan el honor de los chilenos, dan por tierra con la seguridad del individuo que no fuese coaligado con ellos, i manifiestan que en Chile no es suficiente la lei cuando el delincuente afortunado se atreve a atropellada. El artículo 122 ,título 12 de nuestra Constitucion política previene, que ninguno puede ser condenado, si no es juzgado legalmente; i el Gobernador i cabildo de San Fernando deslumbrados por su mismo crimen, acuerdan la espulsion de dos ciudadanos, por solo el temor que les asiste del influjo i opinion que éstos tienen entre sus demas comprovincianos. Pero señor ¿por qué es que este célebre Gobernador i cabildo, i cuantos esperan sacar fruto de tales máquinas, dirijen sus dardos contra el ciudadano que espone? Porque hai grande diferencia dé un Feliciano Silva cuya biografía es sabida sin llegar a Colina, de unos cabildantes desconocidos aun entre sus mismas familias, dignos solo de ser miembros de una cabeza cual la de su corporacion, i no de la distincion de un ciudadano honrado, defensor 18 años ha de nuestra independencia, cargado de prisiones años enteros por los opresores de la libertad, condecorado con empleos honrosos, alguna vez ocupando asiento entre los señores representantes, i muchas como soldado, sirviendo a mi patria con mi persona, el peligro de mi vida i mis intereses, que con algunos señores Diputados puedo atestiguar haber quedado exhausto por auxiliar nuestras tropas, miéntras Silva, sus secuaces i Oráculos descansaban tranquilos en Colchagua, aprovechando a su bien los efectos de la revolucion, i el provecho que ella trae a quienes trabajan solo para sí. Tantos sacrificios consagrados a mi patria, tantas distinciones obtenidas por ellos, i el honor con que he desempeñado los destinos importantes que me han sido confiados, no he podido señor mancillar perteneciendo a hombres tan oscuros, a quienes celebran, i a los que han suscrito la inicua acta de espulsion que merece justamente la indignacion de los señores representantes, i cuantos consideren semejante exceso, bajo el aspecto público, que aparenta, i no como el medio de deshonrar a un ciudadano. Sin etc., pero por mis deseos de hacer la felicidad pública, obtengo entre mis compatriotas una distincion, que ha sido el premio de mis asiduas fatigas por la causa jeneral, con abandono siempre de mis intereses particulares. No es mi ánimo señor hacer mi apolojía; esta corta esplicacion de la diferencia de Palaciosi sus contrarios, la he creido indispensable. Contráigome a las comunicaciones de don Feliciano Silva.

Con el acta espresada, acompaña Silva un oficio i una carta suscrita por otro ciudadano, i el que espone, interpretando ésta en su nota, por una invitacion nuestra a revolucion i alarma. El señor Silva sabe mui bien que no es preciso provocar a los vecinos de San Fernando para que en un segundo reclamo concluyan con él i sus creaturas; sabe mui bien, que el no haberlo hecho ya, es debido a mi empeño por contenerlos, para que aguardemos del supremo Gobierno el remedio de nuestros males, i el escarmiento a sus autores; sabe ademas, que para vengarme yo, no tengo mas que callar i dejar que los san fernandinos se dirijan por sí solos i conforme a la desesperacion que les causan la impudencia, el despotismo i la indignidad del cabildo i Gobernador de San Fernando. Esa carta en copia, no solo a su rótulo ha sido dirijida, aunque en distinto estilo por la diferencia de personas, hemos escrito tambien a muchísimos vecinos de aquel pueblo, les empeñamos, es verdad, por la victoria del honor en ganar una eleccion de Diputados, que juzgamos harian el honor de Colchagua, i cuyo mérito hemos consultado con innumerables i virtuosos ciudadanos de éste i de aquel vecindario. No nos arrepentimos i ántes bien nos lisonjeamos de trabajar aun por aquella lista, a pesar del mal éxito que presajian los excesos de don Feliciano Silva. Sí, a la soberana autoridad ha presentado esa acta. ¿Cuántos atentados pudiéramos justificar al Congreso? Los reservamos, porque no es ésta una demanda.

Anuncia el señor Silva, i teme las guerrillas que me esperan; no es a mí señor al que esperan, es el instante en que no se remedien sus males, en que no se castiguen los criminales de Colchagua. Si indica que yo estoi allí escondido, se engaña. Me he mantenido aquí, porque no se me haga autor de los reclamos de aquellos ciudadanos. Confiesen el señor Silva i el cabildo que sus sobresaltos nacen de los remordimientos de los crímenes que cargan consigo, del temor de comparecer a oir cargos i recibir el castigo de sus escandalosos atentados. A S. E. el señor Vice Presidente de la República he tenido la fortuna de prevenirle ántes de ser repuestos Silva i el cabildo, de que, si volvian tales hombres a obtener destino público en Colchagua, habian de cometer los excesos que ya el soberano Congreso observa con amargura, i yo con el placer de haber sido la víctima, porque jamas tendré igual honor que el de no pertenecer a hombres tan perversos, i porque ya estoi acostumbrado a ser juzgado sin audiencia por jueces incompetentes i castigado sin culpa. Vuelvo a decir a V. S., que no es ésta una demanda (que reservo): es solo una instruccion