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428 CONGRESO NACIONAL

Blanco Encalada. —Ventura Blanco Encalada. —Al Soberano Congreso Nacional.


Núm. 562

Excmo. Señor:

El infrascrito ciudadano, con el respeto debido i en la forma que mas hubiere lugar en derecho, digo: que traicionaría al honor de mi país i al afecto que profeso a V. E. si no pusiese en su noticia el atentado o fraude mas escandaloso que han visto los siglos, i que atrevidamente acaba de cometerse entre nosotros i a la faz de V. E., cuya delicadeza quedaría manchada delante del munda entero i en las pajinas de la historia, si no se tratase del remedio e igualmente del castigo. El acto mas augusto de la Nación ha sido infamemente profanado en nuestra corte con una osadía sin ejemplo. En las elecciones de diputados al Congreso Jeneral, la mesa electoral de la parroquia de Renca, despues de haber obrado en todo arbitrariamente i sin la menor sujeción a la lei, se ha atrevido a suponer por mil seiscientos votos, que no los hai ni ha podido haberlos en esa poblacion rural, sobre los trescientos que únicamente sufragaron. Este espantoso número basta para conocer la iniquidad. Mas, es necesario descubrirla desde su oríjen.

En la casa del cura se pusieron dos mesas electorales: la primera a su cargo i del delegado don José María Infante, i la segunda al de su sotacura i del delegado Lynch. Primera transgresión que, hollando el sagrado de la lei, ataca la libertad del ciudadano. Para escrutadores han de elejirse por el pueblo ocho individuos, cuyos nombres puestos ál cántaro se saquen cuatro que lo sean. Mas, en Renca, el cura pregunta por dos veces a los espectadores si querían a don Miguel Prado, don Mateo Besoaín, don Manuel Garcés i al clérigo Rojas, i aunque nadie le contesta como a un paso ilegal, él lo sanciona; vicio que irrita i anula aquella votacion. El primer dia llevó la lisia de sufragantes el delegado i solo Besoaín.

En la segunda mesa se puso con mas franqueza escrutadores al sotacura i a don Manuel Robles, nó los cuatro legales, i el cura la visitaba con frecuencia. La lei manda colocar los votos en arca de tres llaves, las que reparte en el que preside, un escrutador i un vecino. Mas, allí se puso una sopera descubierta, la que luego se colocó bajo la cama del cura a discreción hasta de las sirvientes.

El primer dia, la primera mesa duró cerca de tres horas, i recibió ménos de trescientos votos, i luego ámbas se retiraron a jugar al monte, i alegres brindis, en que, trasnochando, el sueño los ocupó el segundo dia; al tercero, se restituyeron las mesas por una hora, con lo que volvieron a la diversión, anunciando la consabida órden de la Intendencia para suspender. En este espacio hubo dieziocho sufrajios, que se llevaron a la célebre sopera. Lynch, en sus dos dias, juntó setenta i seis votos, que públicamente se contaron por varios sujetos, que a su tiempo lo declararán, como las aserciones de que todos no llegaban a quinientos. Mas, él supuso cerca de doscientos.

Si estos enormes vicios i arbitrariedades opuestas a la seguridad de la elección i su libertad, son criminales, i la irritan irremediablemente, el concluso es la insolencia, que carece de ejemplo i que hiere a todo el país en lo mas sagrado. Viendo esos facciosos que, suspendida ilegal e intempestivamente la votacion al segundo dia, sin que hubiese sufragado la parte principal de esta capital, todavía el escrutinio jeneral presentaba en la sana elección la exorbitancia de tres tantos mas que el número de la ilegal; detienen hasta lo último la remisión del resultado de Renca, i luego lo presentan con mil seiscientos treinta i un votos de su primera mesa, i cerca de doscientos de la segunda; es decir, con mas de mil ochocientos votos uniformes por la facción perdida, midiendo a exceder a la elección dominante de modo que el ganar a un buen cura es la gran clave para burlar las elecciones i la voluntad jeneral, introduciendo así votos a millares, aunque no sean dables en la parroquia.

La espera a espiar el escrutinio jeneral, arguye la maldad. La poblacion de esa parroquia rural la descubre a toda luz. La muchedumbre que, temerosa de las violencias, no concurrió a sufragar, la persuaden. La uniformidad del sufrajio, necesario a exceder a los dominantes, lo convence. El haber sustraído los votos contrarios, i reducirlos a solo diez, los acusa irresistiblemente. El no presentar la lista de los sufragantes, por mas que en el acto lo reclame, los confundirá para siempre.

Estas son las credenciales con que la lei escuda contra toda suplantación i abuso. Estas listas no tienen otro objeto que cotejar por ellas el número de los sufrajios i la lejitimidad de los sufragantes, para que jamas se introduzcan nombres vanos e inhábiles. Mas, a estos hombres nada les contiene; ellos atropellan por todo, creídos acaso que estos augustos negocios son como de los infiernos, donde no se conoce remedio.

En fin, el crimen se confirma, primero, al recordar que no es esta la vez primera que allí se intenta igual delito. En la última elección lo habian también empeñado; í a mi queja el intendente increpó fuertemente al delegado, i se logró contenerlo; i lo segundo, porque, aun concediendo que allí sufragasen dos días cumplidos, i que cada vocal tardase solo un minuto en votar (lo cual es imposible por las listas i apuntes de la leí), no han alcanzado a sufragar los mil seiscientos treinta i uno de la mesa principal del cura.

Cuando llego a acusar tan raro crimen, no hallo voces con que pintarlo dignamente.

El degrada el país en que se ve nacer ese