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SESION DE 4 DE AGOSTO DE 1826

confundido por la conciencia de su propia bajeza, olvidado de la dignidad a que lo sujeta su posicion pública, i desesperado del descrédito que le ha producido su mando, se encarniza con desapiadada injusticia contra mi nombre, para desahogar de este modo la humillación de su amor propio al contemplar el paralelo vergonzoso, que hará el mundo de ámbos gobiernos. El querría como Tiberio, a quien me compara, que le sucediese un Calígula, cuyos crímenes hiciesen olvidar los suyos; i al oir el pronunciamiento del Archipiélago, i las razones en que lo funda, se olvida que preside a hombres libres, i que contra esta voluntad es mui impotente el voto privado de la maledicencia.

Ciudadanos, al que conoce el arte difícil de mandar a los hombres, no puede serle lisonjero ocupar en la escena pública un puesto contrastado por todas las pasiones. Yo bendeciré al espíritu fuerte que se encargue de esta noble empresa, i felicitaré mil veces a mi Patria, cuando la vea presidida por un ciudadano capaz de conducirla a sus altos destinos.

A vosotros, chilenos, toca esta elección; i para que sea espontánea, mi espada, que tantas veces sirvió con suceso a vuestra independencia, se desenvainará de nuevo por vuestra libertad; pero no me hagais la injusticia de creer que aspiro a ser colocado en el número de los candidatos. Nó; éste será el único sacrificio que jamas haré por mi Patria, porque seria un saciificio estéril i acaso perjudicial. Yo os lo prometo por lo mas sagrado que respetan los hombres, i mis juramentos no se autorizan en el ejemplo de vuestro gobernante, para ser el ludibrio de los pueblos, porque, al fin, el engaño seria a vosotros, la ofensa a la verdad i el oprobio a mi nombre.

Mi única ambición, chilenos, es daros Patria. ¡Ah, i cuán distantes estáis de poder gloriaros de tenerla! Los ciudadanos que mejor la han servido, los que le dan dado existencia, ya con su sangre, ya con sus meditaciones, i con todo jénero de sacrificios, se ven unos dispersos por el mundo, mendigando un asilo, sin arrastrar la conciencia de un crimen, i teniendo otros igual suerte por la falta de garantías. Si el voto público los reúne para procurarlas, la autoridad convierte en críiílen la virtud, i la reclamación de los derechos tjue les arrebatan, es el título por el que se les despoja de los que aun conservan. Sí, bastante magnánimos, para no humillarse con estos atentados, repiten los esfuerzos en nuevas elecciones, el despotismo anarquico pesa sobre ellos, i la fuerza se encarga de dar representantes i leyes que, en último análisis, serán el testimonio que acredite la usurpación del poder, no la espresion libre de los pueblos. Si vuestro gobernante aun recela el triunfo de la opinion pública, llama en auxilio de las bayonetas el voto ganado de alguna asamblea, para que ponga condiciones al pacto social de la República, reservándose, por este medio, un pretesto especioso para presidir siempre la anarquía; pero tan descarado en sus medidas opresivas, que a las provincias mas importantes las prohibe estas asambleas, porque no puede contar con su sufrajio.

Hé aquí, ciudadanos, parte de lo que ha herido al Archipiélago al incorporarse a la gran familia chilena. Aquellos habitantes virtuosos me han proclamado para que presida sus destinos, i yo acepto solamente el cargo para haceros el homenaje de mi vida, en defensa del órden i de la libertad. La prosperidad pública i gloria nacional serán siempre el norte de mis observaciones. ¡Sea yo tan feliz que vea establecido en mi país el imperio de la lei, i garantida nuestra voluntad, i hé aquí colmados los votos de vuestro compatriota. —Lima, Julio 5 de 1826. —O'Higgins.


Núm. 380

Señor:

Cuando se trata de salvar la Patria de los peligros que la amenazan; cuando es forzoso repeler la agresión tan injusta como escandalosa con que la provocan sus traidores hijos, el Presidente de la República no puede dispensarse de hablar con la franqueza que le caracteriza a los representantes del pueblo chileno, el lenguaje de la verdad. Séale, por tanto, permitido llamar la alta atención del Congreso sobre una materia que por su importancia exije la mas seria consideración.

Tal es la autorización estraordinaria con que se ha investido al Poder Ejecutivo, para poner en acción los medios de salvar el país i ponerlo a cubierto de una invasión. Mas, aunque la intención del Lejislativo, al comunicarle su soberana resolución de ayer, parece haber sido conferirle el terrible i peligroso encargo de administrar por ahora el Gobierno con poder absoluto, encuentra, sin embargo, que el ejercicio de esas facultades estraordinarias se circunscribe a la voluntad del mismo Congreso. Si tales facultades no son ilimitadas i por todo el tiempo que durare el peligro, no es posible que el Gobierno responda de la salud de la República. Quizá las circunstancias exijan suspender momentáneamente los efectos de una lei acabada de dictar, i éste sería el primer embarazo que se presentaría al Ejecutivo, si no está plena i omnímodamente autorizado para obrar como convenga a la salvación de la Patria. Débiles los pueblos por su inesperiencia; rivales del poder que produce odios irreconciliables; distraídos en sus negocios peculiares, no atenderán al común peligro; i el enemigo, gozoso de sus disensiones, contará seguramente la victoria. ¿Se podrá organizar la fuerza que ha de oponérsele, í dar a esta la movilidad rápida i activa que sea necesaria, si conservando a los pueblos en el ejercicio ilimitado de los derechos que les concede la lei del Congreso, se fomentan al mismo tiempo los celos, rivalidades i pre