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CONGRESO NACIONAL DE 1811

dre de los hombres, autor, vengador i protector de los cuerpos políticos; vos, que habeis señalado a cada una de las naciones un cierto tiempo de prosperidad i de gloria; vos, cuya impresion augusta, cuya diestra se ve sensiblemente en los grandes acontecimientos de nuestros dias; vos, por cuyo influjo se han confundido los enemigos de la América i viven condenados a un silencio amenazador pero impotente, a una hipocresía rabiosa pero sin aliento, dad consistencia a nuestros débiles principios; infundid en nuestros lejisladores vuestro espíritu de prudencia, de esfuerzos i de bondad; sostened, dirijid sus felices disposiciones, para que una constitucion sana, sábia, equitativa i bienhechora, haciendo la dicha de los ciudadanos, sea el fruto de tantos sinsabores, cuidados, angustias i peligros.



Anexo B


Discurso de don Juan Martinez de Rozas, vocal de la junta de gobierno, en la instalacion del congreso

Señores:

En el único modo posible i legal, se ve por la primera vez congregado el pueblo chileno. En las respetables personas, dignas de la jeneral confianza, i en cuya eleccion han tenido parte todos sus habitantes, se reune para tratar el mas grave, delicado e importante negocio que recuerda la memoria. El dolor i la ajitacion sofocarian mi voz débil si no fuese inevitable poneros a la vista nuestra verdadera situacion. En su descripcion puedo equivocarme; así os confieso por lo mas sagrado; os pido por lo que debemos a Dios, al rei, a la patria i a nosotros mismos; os ruego sincera i eficazmente que, en medio de ella, me interrumpais, contesteis los hechos, i reflexioneis i me pongais en la ruta de la verdad i del acierto, con aquella jenerosidad i noble franqueza propia de los representantes de un gran pueblo, sobre quienes está fija la atencion de la patria i de la posteridad. Vuestro silencio sed un comprobante de mis aserciones, i os hará responsable de mis errores.

Tres años han corrido desde que la augusta familia de nuestros buenos reyes jime en cautiverio. Un aliado pérfido exijió sacrificios i compromisos que tu vieron el doble objeto de auxiliar sus proyectos i debilitar a la nacion amiga, para incluirla entre las que oprime. Asombrosos esfuerzos de valor han detenido este torrente. Pero ¿qué ha costado a la gloriosa España dar al mundo el grande espectáculo de su inimitable constancia? La muerte de sus valientes guerreros, la ruina de sus escuadras, el saqueo de sus ciudades, la profanacion de sus templos, la estincion de sus fábricas, la desolacion de sus provincias i todos cuantos estragos trae una guerra nacional con enemigos que no conocen ni aun los derechos que la humanidad o convenciones respetan entre el furor de los combates. Pero estos males no son los mas graves. La nacion sufre otros que son el oríjen de todos, que influyen mas de cerca en nuestra suerte, i que alejan la esperanza del remedio ... Sí, señores, la nacion ha perdido aquel carácter heróico, aquella uniformidad de principios, aquella honradez nativa debida al clima, a la educacion i a los ejemplos; aquella grandeza de alma superior a los riesgos i a todos los atractivos de la vida. Un privado absoluto i sensual, en veinte año de despotismo, degradó a los descendientes del Cid, de Gonzalo de Córdova, de Lain-Calvo i Nuño-Razura; sustituyó al espíritu marcial el afeminamiento, la codicia a la noble ambicion; i, en suma, estirpó o amortiguó en la raiz aquella firmeza que resistió tan tenazmente a Roma i a Cartago, i que lanzó de su seno las armas agarenas; aquella fidelidad a la relijion i a sus reyes, de que solo se ven los restos en la parte española que no alcanzó a corromper el tirano, o por desprecio, o porque no tuvo tiempo. I así se ha visto nuestro amado Fernando i su causa abandonada de sus grandes, de sus jenerales, de sus ministros, que corrieron, con olvido de sus dignidades i menosprecio de sí mismos, a prosternarse al enemigo, i, puestos a su alrededor, dirijir órdenes para que siguiésemos su inícuo ejemplo. Esta conducta, atrayendo a muchos, hizo desconfiar a todos, i un celo imprudente, pero disculpable, sacrificó los fieles, confundidos entre los malvados. La multitud, siempre impetuosa e inconstante, establece autoridades i las abate; se somete a ellas con entusiasmo i las deroga con ultraje. Así, en el estrecho término de pocos meses, se vió el vencedor de Bailen coronado de oliva en el alcázar i embestido por el populacho; despues en causado i, finalmente, colocado a la cabeza del consejo de rejencia. La Romana, mirado como el héroe de la nacion, i luego retirado del mando. Montijo, el primer motor de la feliz revolucion de Aranjuez i el ilustre hermano del inmortal Palafox, presos en Sevilla. Goyeneche, hechura de Murat, de emisario de América, tomar el mando de un ejército de asesinos para destruir a nuestros hermanos de la Paz; destinado al gobierno de Carácas uno que recibió esta misma investidura del horrible ajente de Bonaparte. Los jenerales Hermosilla, Salcedo i Obregon, despues de venderse al tirano, seducir públicamente al comandante de la escuadra de Cádiz. Los mismos individuos de la junta suprema, marcados con todas las notas i signos de des confianza que ellos nos habian repetidas veces indicado, en los satélites del enemigo; i el pueblo trasportarse contra sus personas del modo que nos habian aconsejado que nos condujésemos con los jefes sospechosos. Las miras políticas de las naciones aliadas, de las neu-