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SENADO CONSERVADOR


H. —Por lo que observo, satisfecho el Congreso con la censura, no ha tomado en grande aprecio la sublime garantía de los políticos actuales; hablo de la libertad de imprenta. En efecto, oigo decir, qtie la Constitución pone trabas a este precioso derecho.

D. —Léjos de esto, el Congreso la aprecia, la saca del envilecimiento i prostitución en que la han sumerjido en el dia, que, léjos de reputarse una guia saludable de la opinion, se considera como un foco de pasiones incendiarias, inmoralidad, i calumnia, i el baluarte de los viles cobardes, a quienes falta valor, para satisfacer de otro modo sus odios i caprichos. La concede una libertad noble, franca i respetable, capaz de dirijir la opinion pública i ser útil a la sociedad.

Antes de detallaros las disposiciones de la Constitución, permitid las siguientes observaciones:

  1. Que es un error político confundir la libertad de pensar, i aun de hablar familiarmente, con la de propagar por todo el jénero humano, los pensamientos incendiarios i corruptores. Nada se remedia castigando despues a su autor, si se proteje la promulgación de sus errores, violando la misma lei con esta licencia, la moralidad que debe sostener.
  2. Que, en todas las naciones i en todos los códigos, las buenas leyes tratan mas bien de precaver los delitos que de castigarlos; se prohiben las armas, si se temen asesinatos; se castiga la ebriedad para evitar sus resultas; siendo tan justa i necesaria la defensa de la reputación, de la fé conyugal, de la autoridad paterna, de la incomunidad del Príncipe, de la República i de sus majistrados, a ninguno se permite que comience atacando i destrozando a los que presume cómplices de estos delitos, para castigarlos despues si procedió con malicia i arbitrariedad. Solo la imprenta quiere esta inaudita i peligrosa salvaguardia.
  3. ¿Son tan apreciables i seguros los buenos efectos de la libertad de imprenta? Yo me remito al resultado de la esperiencia de todo el jénero humano. Depositado en una biblioteca todos los escritos que se han publicado de cincuenta años a esta parte, i que tintes estaban prohibidos por las leyes i por el despotismo; gran parte de estos libros se compondrá de escritos en que se insulta la misma relijion que adora el país, i ha jurado obedecer i respetar la Nación; el Dios que no podemos negar, la moral que es la primera base del orden social, la reputación deles ciudadanos mas beneméritos; otra gran parte se compondrá de escritos incendiarios i sediciosos contra el orden pelítico i la tranquilidad pública. Difícilmente hallareis un libro publicado en el país contra la tiranía del Príncipe que manda o el despotismo de sus Ministros; puede ser que encontréis algo contra los Ministros en los Esta dos donde existe un poder representativo, bien sostenido i autorizado; pero esto que se escribe, regularmente es lo mismo que han dicho o se sabe que dirán los representantes en las asambleas públicas. Mucho hallareis de incendiario i libertino en los países que se hallan actualmente en convulsiones i revolución: pero precisamente esto es lo mas perjudicial que puede presentarse a un pueblo, donde disueltos los antiguos vínculos de las leyes i respeto a los majistrados; donde exaltadas las pasiones i puesto todo en desorden. lejos de ser conveniente sindicar al majistrado e irritar al pueblo contra su Gobierno i sus jefes militares, deberíamos imitar el ejemplo de los romanos con los errores de Yarron, o la moderación de Temístocles, respecto del jeneral lacedemonio. ¿I se podrá compensar lo poco i regularmente a destiempo que nos proporcione la libertad de imprenta, con la inmoralidad, la irrelijion, la sedición i la calumnia, repartidas en tantos volúmenes? Vaya una observación, mi amigo, los españoles amaron su relijion i su Rei hasta el estremo del fanatismo; hubo libertad de imprenta, i casi no han dejado libro obsceno, inmoral i sedicioso que produjesen en otros países los jenios mas coirompidos, que no hayan traducido a su idioma, entretanto que las inmortales obras de la Enciclopedia, de Buffon, de las artes i oficios, etc., es preciso traerlas de Francia e Inglaterra. ¿I qué ha resultado de este liberalismo? Que cuando se obstinaron i reconcentraron (aunque fanáticamente) en el amor a su relijion i a su Rei, fueron invencibles contra el poder colosal del domador de Europa el gran Napoleon;i hoi inundados de escritos inmorales i excitados con la mayor licenciosidad política, no han podido resistir al duque de Angulema, siendo el primer uso que han hecho de su nueva ilustración i moralidad, sacrificar su Patria del modo mas ignominioso. Añadido lo espuesto, que las excelentes obras de Montesquieu, Filangieri, Mably, los Principios de la Lejislacion Universal i aun si quereis Ilentham, Vattel, etc. se han producido sin existir la libertad de imprenta o sin pecar contra ella.

Ultimamente, es una observación bien digna de reflexionarse, que en los países donde no se hallaba establecida la libertad de imprenta se han formado las mas enérjicas revoluciones a favor de la libertad civil, como en Francia, España i todas las Américas; i en el dia que se halla tan proclamada en Europa esta libertad, escuálido la Santa Alianza ha promulgado i puesto en ejecución su gran lei de que ninguna Nación tiene facultad de establecer ni reformar su pacto social; i que este debe emanar de los Reyes. ¿En qué quedamos con nuestra sublime garantía conductora de la opinion, de las virtudes políticas i de los magnánimos esfuerzos de los pueblos?

El grande error de nuestros siglos es que ningún código trata de mejorar a los hombres, suponerlos con pasiones i darles moralidad. A pesar de que el catálogo de nuestros errores i delirios es tan abundante como cualquiera que se presente desde el reinado de Nemrod, queremos