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SESION DE 20 DE DICIEMBRE DE 1819

desórdenes son siempre autorizados i ennoblecidos por las personas principales; llegando a tanto estremo la corrupción en algunas naciones,que la terneza conyugal pasa entre ellas por cosa baja, menospreciable i vulgar. Esposos hai de elevado rango que se avergonzarían de manifestar afecto a sus mujeres: no parece sino que éstas, en lugar de pertenecer a sus maridos, son del primero que quiera emprender su conquista. ¿Qué se ha de pensar de algunos países en donde la perversidad es tan grande, que el marido consiente muchas veces en los desórdenes de su mujer, i los mira como un medio de hacer fortuna? ¿Qué ideas de honor podrá tener un pueblo en donde la infamia no deshonra?

El desarreglo de costumbres, el libertinaje, o lo que se llama galantería, son consecuencias necesarias de la ignorancia, la frivolidad, la disipapación, i sobre todo, del ocio en que frecuentemente están sumerjidos hombres i mujeres. El destino de éstas es ocuparse en las atenciones domésticas i en la educacion de sus hijos, a quienes deberían inspirar desde mui temprano las virtudes que servirán de base a su felicidad futura. Así, en lugar de entregarse a la pasion arruinadora del juego, a una disipación en donde la virtud se espone a peligros continuos, ¿por qué no piensan en cultivar el fino entendimiento que han recibido de la naturaleza? Entónces no se verán obligadas a llenar con minucias o con intrigas criminales el vacío inmenso que la educación deja comunmente en su alma; i sus encantos, adornados por la razón i la sabiduría, serán mucho mas amables i mas respetables
En las naciones corrompidas, i sobre todo en las grandes ciudades que son por lo regular unas sentinas inficionadas por el vicio, ¡a cuántos peligros está espuesta la hija del pobre, por la neglijencia del Gobierno i la falta de educacion! A poca hermosura que le haya dado la naturaleza, parece que su destino es ser sacrificada al vicio opulento i ser víctima de la prostitucion. La indijencia, la pereza, la vanidad, el ejemplo, todos los discursos que oye la incitan a buscar en la disolucion una subsistencia mas cómoda que la que le proporcionaría el trabajo de sus manos; i destituida de principios i sentimientos de honor i decencia, se encuentra sin defensa en medio de una infinidad de seductores que se conjuran para perderla. En lugar de hallar en sus padres un apoyo contra la seducción, éstos, para libertarse de la miseria, consienten a veces en hacer un comercio de sus encantos con algun libertino, quien, despues de saciados sus deseos, la abandona a la vergüenza i a la triste necesidad de continuar en una vida desarreglada. ¡Hasta qué punto la disolucion deprava la opinion i endurece los corazones de tantos hombres, cuando vemos que hacen galas de las victorias infames que consiguen sobre la inocencia seducida, que ellos han hecho desgraciada i menospreciable para siempre! ¿Qué ideas formaremos de unas leyes que dejan impunes a unos seductores tan crueles como el asesino mas resuelto? ¿Hai acaso un crímen mas propio para excitar remordimientos que aquel que por puro placer sumerje a una inocente en el oprobio i la infelicidad? ¿Puede darse una preocupacion mas absurda i cruel que la que condena a perpetua infamia tantas criaturas frájiles, miéntras que los autores de su falta tienen la osadía de vanagloriarse abiertamente de sus gloriosos triunfos?
Las mujeres de todo estado se ven cruelmente castigadas algun dia por no haber puesto en su juventud los fundamentos de su bienestar futuro; i las que mas adoradas han sido en su primavera, son las mas dignas de compasion en su otoño i su vejez. Inútiles entónces a la sociedad, entregadas a sí mismas i faltándoles las adulaciones i homenajes a que se habia acostumbrado su vanidad, caen por lo regular en una tristeza sombría: una devocion tétrica es frecuentemente el único recurso que les queda para hacer algun papel en este mundo, i el negro humor viene a reemplazar en ellas la disipacion, la alegría i los placeres. Descontentas de sí mismas i gravosas a la sociedad, consagran a Dios unos momentos de ocio, de que ya no pueden disponer agradablemente.
El celibato, tan contrario al voto de la naturaleza i al ínteres de los Estados, es una consecuencia del lujo, de la vanidad i frivolidad que todo inspira a las mujeres; porque el hombre teme unir su suerte a la de una persona contra la cual todo se conjura para hacerla holgazana, disipada, enemiga de la economía, de la frugalidad, i cuya virtud es mui frájil. Por el contrario, unas jóvenes convenientemente educadas a la vista de sus madres atentas i decentes, convidarían a los hombres al matrimonio; i entónces no se perturbaria tanto la tranquilidad de las familias con las intrigas i seducciones de éstos. En una nación sin costumbres, los hombres temen contraer unos vínculos que la relijion i las leyes prohiben romper jamas; i encuentran en la disolucion recursos variados que prefieren a los placeres uniformes i lejítimos que puede proporcionar el matrimonio. Una lejislacion sensata que permitiese el divorcio, remediaría en gran parte la corrupcioón pública, inspiraría a los esposos mas recato, o a lo ménos impediria que muchas veces, durante todo el curso de la vida, fuese el matrimonio la fuente inagotable de sus desgracias domésticas.
Con la indisolubilidad del matrimonio establecida en muchas naciones, parece que la relijion i la política han resuelto emponzoñar hasta en su fuente la felicidad de los ciudadanos. ¿Hai cosa mas absurda, mas injusta i tiránica que obligar a dos esposos que se aborrecen, que se menosprecian i son cada dia mas insoportables uno a otro, a que vivan juntos en amargura i discordia, sin dejar a sus penas mas término que la muerte? Instituciones tan poco racionales deben necesariamente ocasionar la corrupción de costumbres.