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LUIS PIRANDELLO
El Padre

Pero en brazos de aquel hombre, dándole cuanto necesitaba, para librarla de mí.


La Madre

Y para librarse él.


El Padre

Sí, yo también, lo admito; y de aquella acción inspirada en el mejor deseo y más por su bien, lo juro (cruzará los brazos sobre el pecho) que por el mío, no nació sino un gran daño. (Después, volviéndose de pronto a la Madre). Pero, ¿dejé jamás de verte, dilo, hasta que él mismo, inopinadamente, ignorándolo yo se te llevó a otro pueblo, por un necio recelo hacia el desinterés mío, puro, purísimo, créalo usted, sin la más leve intención reprobable? Me interesé con increíble ternura en su nuevo hogar que crecía... ¡puede atestiguarlo ella misma! (Indicará a la Hijastra).


La Hijastra

¡Ya lo creo! Pequeña, muy pequeña, con las trencitas caídas sobre la espalda, con el vestidito corto, así de pequeñita, lo veía frente a la puerta del colegio, al salir. ¡Venía a verme, a ver como crecía!... (Con malicia).