que aparecerán como suspensos, pero sin que atenúe la esencial realidad de sus formas y de sus gestos.
El de ellos designado como Padre, frisa en los 50 años: muy descubiertas las sienes, pero no calvo; rojizos los cabellos, bigotes espesos casi enroscados alrededor de la boca, todavia fresca, abierta frecuentemente con una sonrisa incierta y vaga; más pronto grueso; acentuadamente pálida su ancha frente. Ojos azules, ovalados, vivacísimos y agudos; vestirá pantalón claro y chaqueta obscura; su aspecto, alguna vez, será el de un hombre dulzón, otras veces, tendrá ímpetus ásperos y duros.
La Madre, como abrumada y aterrada bajo un peso insoportable de vergüenza y de envilecimiento, irá cubierta con un tupido velo viudal, y cuando haya de descubrirse, mostrará un rostro no enfermizo, pero como de cera; mirará siempre al suelo.
La Hijastra, 18 años, desenvuelta, casi impudente. Bellísima: también vestirá de luto, pero con llamativa elegancia. Mostrará desdén por el aspecto tímido, afligido, y como atontado de su hermanito, flaco Muchacho de 14 años, también vestido de negro; y, por el contrario, significará una viva ternura hacia su hermanita, Niña de cerca de 4 años, vestida de blanco, con una cinta de seda negra al talle.
El Hijo, 22 años, alto, rígido, con gesto desdeñoso hacia el padre y una dura indiferencia hacia la madre, significará que está en el escenario contra su voluntad.
(con la gorra en la mano)
¿Me permite, señor Director?
(de repente, descompuesto)
¿Qué desea?