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LUIS PIRANDELLO

pocas obras levantan una ligerísima tolvanera; el soplo más tenue de la crítica y del buen gusto, las disipa. Nada se sostiene con firmeza en el cartel, porque nada hay que salga con arrogancia de la mente de nuestros autores. Y cuando es más rico el contenido espiritual de una época como la presente, heredera de las mayores maravillas que sospecharon los siglos, realidad ya, y aun anacrónico, alguno de los atisbos que nuestros antepasados llamaban utopias; cuando más vivos son los centelleos que animan y definen todo un período histórico, sin ejemplo ni recuerdo parecidos en el pasado, mayor es la flaqueza, la insubstancialidad de nuestro Teatro, atontado, sin sentido, pueril donde debe ser fuerte y aventurero; mejor hablado, eso sí, que nunca, pero sin que de tan bellas palabras salga con rumores de vuelo, una idea audaz, una proeza que exalte los ánimos, que los remueva y los renueve.

Luis Pirandello ha escrito Seis personajes en busca de autor, comedia «da fare» (después nos ocuparemos de lo genérico, que no es otro el fin de estas notas), como una altiva afirmación de independencia. No es Pirandello de los que siguen, sino de los que preceden; no son sus asuntos la floja y vana urdimbre de una acción de fáciles emociones, correcta, lindamente combinada, donde el espectador se siente ligeramente a su gusto y hasta el menos inteligente acierta un juicio crítico. Ni eso puede ser teatro del siglo XX, ni en eso hay autor, ni obra, ni arte, ni la altísima misión del drama o de la comedia, educadora, social, psicológica, alentadora, penetra en la conciencia para renovarla o conducirla a través de la lenta y fecunda paciencia de los siglos. Luis Pirandello es el primero entre los autores modernos afiliados a esa limitadísima formación no revolucionaria de las apariencias,