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ESQUEMA SEXUAL 233

diaron admirablemente al donjuanismo como complejo homo- sexual,

Nuestra generación ha celebrado las exequias de don Juan.

La moral burguesa, con su concepción absurda de la vida y su comprensión inhumana del sexo, hundió su zarpa, sobre todo, en las clases proletarias.

A la dama rica todo le estaba permitido. Podía jugar con su honor, tener el número de “amantes que quisiera, llegar al adulterio siempre que tuviera ganas de hacerlo. Sus millones lo ocultaban todo y en ella era elegancia la prostitución.

En cambio, la muchacha pobre tenía que cuidar del sexo co- mo de su única riqueza. Padres y educadores le enseñaban que el único porvenir para ella era el matrimonio. Iba a éste cuando podía ,a menudo, sin amor, sólo por asegurar su si- tuación. Ñ

Ella sabía que existían cosas más altas: ciencia, arte, polí- tica. Pero nada era para ella. Sólo el hombre tenía el privile- gio de investigar, crear y gobernar.

Cuando la muchacha había sido seducida por un tenorio de esquina, quedaba descalificada para siempre. Había perdido “su honor”. El hijo de ella era un fruto del demonio. La bur- guesía, que fué capaz de indultar a los criminales más mons- truosos, no perdonó a una mujer que tuvo relaciones sexuales fuera del matrimonio.

Si la muchacha conservaba “'su honor”, pero no podía cazar marido, quedaba sola toda la vida, sometida a castidad perpe- tua, con grave riesgo para su salud. Se convertía en una sol- terona aburrida, insoportable, víctima perpetua del hambre se- xual, y acechada siempre por la histeria y las neurosis. Se con- solaba al pensar que era una mujer de “honor”, digna del res- peto de todcs. Recordaba con orgullo a su pobre sexo fraca- sado. Á su sexo mezquino que quiso violar las leyes de la na- turaleza y salió vencido. A su vientre inútil, que vivió sin haber conocido los estremecimientos del amor y que no fué capaz de pagar a la naturaleza el supremo tributo de creación que todos la debemos por habernos dado la gracia de vivir. ¡Para qué le servía a la desdichada solterona el haber conser- vado el ídolo de barro de su honor! ¡Para qué había guardado con esmero su despreciable virginidad, sí su vida fué torturada a toda hora por el sexo insatisfecho!