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220 HUMBERTO SALVADOR

ticas, como la homosexualidad masculina. La pintura creó en colores extraños, bellas siluetas sáficas.

El rápido esbozo trazado sobre el homoerctismo prueba que el Código —como sicmpre—, no tiene razón para castigar la homosexualidad. Sobre todo, la ley es ilógica consigo misma, al sancionar la homosexualidad masculina y no establecer pena alguna para el amor sáfico. Complicado sería encontrar el por qué de esta contradicción. Acaso se deba al hecho de que los autores del Código hayan sido uranistas y a que, por lo mismo, la represión, — hablando en términos freudiancs—, adquirió en ellos caracteres de máxima violencia. Se ha dicho que los que más duramente atacan a un desvío sexual, son los que lo prác- tican o lo aman en secreto. Y es ésta una evidente verdad psi- cológica.

Aparece en el Código el artículo 355: “La bestialidad se castigará con reclusión mayor de cuatro a ocho años”.

Este sombrío hecho sexual existió desde los tiempos anti- guos. Ya el nombre de Semíramis se unió a la imagen del to- ro y caprichosamente, fucron combinadas leyenda y realidad.

Se desarrolló en la Edad Media. Tiene el desvío ejemplos célebres, como el de Guillermo Garnier, de la época de Luis 1X. Pedro Girondeau, Juan Deviaille, cultivaron este extravío. Los amantes de la bestialidad se reunían en las Tullerías du- rante el siglo XVIII.

Su evocación va unida al recuerdo fatídico de las misas ne- gras, en las cuales el macho cabrío era símbolo de Satanás. El hecho de que las religiones hayan tenido animales sagra- dos, ha sido, en todo tiempo, causa para el desarrollo de la bestialidad. Es interesante señalar que ésta casi siempre va acompañada de sadismo.

Mantegazza indica el grande abuso que se hace de este vicio en China.

El arte ha tratado ampliamente del desvío. Se encuentra su descripción en Apuleyo y en las obras del marqués de Sade. Dos cuentos de “Las mil y una noches”, llamados “La dama y el oso”, “La princesa y el mono” se fundamentan en él.

Balzac lo analizó ampliamente en su obra “Una pasión en el desierto”, y Luis Noir en “El León de Sudán”.

Es sensacional el caso de los amores de la bailarina rusa con una serpiente, descrito por Lucenay en su libro “La se-