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132 HUMBERTO SALVADOR

final de su ardor. Quiso luchar contra la naturaleza y ella se vengó con crueldad.

El aspecto viril de los dioses aparece entre las primitivas sociedades de cazadores nómadas y pastores. El dios viril va asociado a una deidad femenina que no es su mujer, sino su madre. Ya Freud aclaró el origen sexual del amor materno.

Contándose primitivamente la descendencia por la línea fe- menina, el varón sin madre constituye una incongruencia ante la mentalidad del salvaje. Se espiritualiza el culto de la diosa madre, Las diosas de la fecundidad Istar, Astarté, Hathor, Afrodita, son al mismo tiempo diosas del amor.

El cristianismo excluyó al principio a la diosa madre, susti- tuyéndola por el “espíritu santo”, cuyo nombre, femenino en hebreo, es neutro en griego. Posteriormente, fué la virgen María” la diosa madre. Tuvo Mazía al principio los atributos de media luna y serpiente, que desde siglos antes fueron atri- buídos a los dioses.

Con frecuencia, la frigidez femenina obedece a traumatis- mos psíquicos, sufridos antes de la pubertad.

Se cuenta el caso de una mujer que debió la frigidez al he- cho de haber visto, cuando niña, un desembarazo que tuvo ca- racteres de crueldad.

En otras ocasiones la frigidez se debe al Conplejo de Edi- po. La niña amó demasiado al padre. En su inconsciencia, el amor está íntimamente unido al incesto, lo que trae como con- secuencia un profundo sentimiento de culpa. El fantasma del padre, sin que la mujer lo sienta ni lo quiera, la inhabilita para el amor normal.

El amor lesbio y la masturbación suelen también ser causa de la frigidez. Asimismo, una primera experiencia sexual de- masiado fría y dolorosa; el hecho de que la pérdida de la vir- ginidad haya sido acompañada de circunstancias sombrías O brutales, pueden causar la frigidez femenina.

Circunstancias análogas suelen ser causa de la anafrodisia. También ésta puede deberse a traumas psíquicos o a una ex- periencia sexual fatídica, dolorosa.

En la frigidez y en la anafrodisia se presentan también tras- tornos endócrinos.

El siniestro extravío llamado necrofilia ha sido menos raro de lo que puede suponerse. Lucenay cuenta el caso de un ho-