ESQUEMA SEXUAL 117
en los libros de sexología y en las producciones del arte mundial.
Binet ha escrito una interesante obra; “El fetichismo en el amor, en la que estudia en forma admirable la evolución y mecanismo de este desvío.
Hay espíritus que aman patológicamente las manos. Otros tienen morbosa predilección por los pies. Muchos amantes sienten pasión por los senos. La cabellera es objeto, con fre- cuencia, de ardiente deseo sexual. Piernas, brazos, labios, ojos, adquieren extraordinario valor de fetiches.
Es más anormal aún el conjunto de fenómenos, en los cua- les se ama a un objeto inanimado. Collares, medias, zapatos, aretes, despiertan raro cariño.
Es célebre el caso de Sacher Masoch que amaba a las pieles. Extraordinario el referido por Ivan Bloch, de un psicópata cuyo fetiche eran las gafas.
Mantegazza en su libro “El amor en la humanidad”, cuen- ta casos sensacionales.
Kraff-Ebing en su obra “Psicopatía sexual”, refiere el ca- so de una mujer a quien atacó el fetichismo de los zapatos en la menopausia. Forel, el de un fetichista que cortaba las tren- zas a las muchachas, para provocar con ellas en su alcoba los más extraños goces.
Porque el fetichista roba el objeto de su amor. Tiene ocul- to un galante manojo de ligas, de cabellos o medias de seda.
A veces el enfermo alivia su ardor destruyendo el fetiche. Otras, se combina este extravío con la homosexualidad o el masoquismo.
Artísticamente, Lucenay dibuja el caso de un fetichista que no podía llegar al espasmo, sino mediante el olor de una po- mada de limpiar metales. La psicoanálisis descubrió que fe- nómeno tan extraño se debía a que el sujeto sintió ese olor durante su primer coito.
Hubo un amante que robó al dios fálico del temblo de Shiwa, porque a él había entregado su virginidad la mujer a quien quería. El dios fálico provocó su gozo.
Unicamente cuando adquiere caracteres extremos es una perversión el fetichismo, ya que en germen existe en todo amor.
A veces se prolonga a través de la vida el fenómeno, nor- mal en la infancia, de buscar placer en el propio cuerpo. No