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Salomé, Salomé, seamos amigos. Piensa en... ¿Ah, qué iba a decir? ¿Qué era? ¡Ah, ahora recuerdo...! Salomé; pero acércate más a mí, temo que no escuches mis palabras; Salomé, tú conoces bien mis pavos reales blancos, mis hermosos pavos reales blancos, que caminan en el jardín entre los mirtos y los altos cipreses. Sus picos están cubiertos de oro, y sus pies están manchados de púrpura. Cuando chillan atraen la lluvia, y la luna se muestra en los cielos cuando despliegan sus colas. De dos en dos caminan entre los cipreses y los negros mirtos, y cada uno tiene un esclavo propio. A veces planean a través de los árboles, y luego se recuestan sobre la hierba o alrededor de las lagunas. No hay en todo el mundo aves tan maravillosas. Sé que ni el mismo César tiene aves tan hermosas como las mías. Te daré cincuenta de mis pavos reales. Te seguirán a donde sea que vayas, y en medio de ellos serás como la luna en el medio de una gran nube blanca... Te los daré todos. Tengo cien, y en todo el mundo no hay rey que tenga pavos reales como los míos. Pero yo te los daré todos a ti. Lo único que debes hacer es liberarme de mi juramento y no pedirme lo que tus labios han pedido.
[Vacía la copa de vino.]

SALOMÉ
Dame la cabeza de Jokanaan.